La ventana

Luis Carlos Peris

Sobre cierta fiebre mortal para el río

CLAMABAN los arroceros, juraban en arameo los riacheros que cogen angulas por Trebujena y lloraban los numerosos amantes del río que comprobaban cómo al río se lo habían cargado sin que nadie se responsabilizase de esa salvajada. Veíamos hace días cómo, al rebufo de la búsqueda de Marta, se mostraba un vaso con agua del río y a través de dicho vaso no se veía absolutamente nada. El río baja igual que sube, turbio a más no poder y sin que explicarse pueda que haya vida en él. Dicen por todos los recovecos del Betis que gran culpa de la turbidez de sus aguas viene de la fiebre del oro, perdón de la del cobre, que ha germinado en el centro de un triángulo que tiene sus vértices en Gerena, Guillena y Salteras, muy cerquita del río. Fiebre que ha conllevado perforaciones mil para que el río baje como baja y esté siendo tan complicado dar con la pobre Marta. Señor, qué cruz, qué cruces...

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