alto y claro

José Antonio Carrizosa

La ciudad, como acostumbra

VAYA. Parece que por fin el Ayuntamiento de Zoido coge el toro por los cuernos y en una arriesgada medida que ha merecido el aplauso del respetable va a cambiar las horribles farolas-ducha que, en vez de alumbrar, ensombrecieron nuestro centro histórico y quedaron como huella del nefasto periodo monteseiriano. 150.000 euros bien invertidos. Ya sólo falta quitar los bancos de Ikea de la Puerta de Jerez y que los autobuses vuelvan a subir triunfantes la calle San Fernando y la Avenida rumbo a la Plaza Nueva para que Sevilla recupere sus esencias. Como todavía queda tiempo, hay que confiar en que lo verán nuestros ojos. La demolición de las setas, para la próxima legislatura. Mientras tanto, expresemos nuestro deseo de que las turbulentas relaciones entre Palacio y el Consejo de Hermandades y Cofradías se remansen con el nuevo presidente y que las inquinas se aplaquen para que el Vía Crucis del Año de la Fe brille con todo su esplendor.

La ciudad, por lo demás, sin novedad. Como acostumbra: con sus miles y miles de parados (más de noventa mil en la capital) que cada mes aumentan inexorablemente y cada día nos aleja más de Europa y nos acerca a África. También con su escaso tejido industrial y comercial devastado por la crisis, con su sociedad civil adormecida, con su Universidad arruinada y perdiendo posiciones en los rankings internacionales, con sus hospitales y colegios recortados…

¿Hay alguien pensando en el futuro de Sevilla más allá de atraer a su puerto cruceros de medio pelo o de que se instale algún gran almacén del mueble que hay que montar en casa? ¿Hay alguien que esté dibujando el mapa de la ciudad que debería salir de esta crisis, si es que alguna vez se acaba, reforzada y volviendo a asumir su vocación de ser una de las grandes metrópolis del sur de Europa? ¿Nos vamos a conformar con seguir empobreciéndonos económica y socialmente y condenando a miles de jóvenes a tener que dejar su tierra para buscar una vida digna?

Por delante quedan retos que si no se asumen ya nos van a hundir el futuro como han hundido el presente. No afectan sólo a las autoridades locales o regionales, que son las que tienen la mayor parte de las cartas en las manos. También al conjunto de la sociedad, medios de comunicación incluidos, que deberíamos de hacer una profunda autocrítica del papel que hemos jugado a lo largo de estos últimos años.

Convertir Sevilla en una sociedad dinámica donde los emprendedores sientan que no tienen por qué marcharse y donde se prime el avance y la excelencia no puede ser una utopía. De hecho esos fermentos existen en la ciudad y de vez en cuando nos sorprendemos con una empresa montada por jóvenes sevillanos que es capaz de vender pistas de hielo en Canadá u otra que es de las más competitivas de mundo en aplicaciones para smartphones. La pena es que son excepciones en un mar de mediocridad alumbrado por farolas -fernandinas, neoclásicas o posmodernas- a medio gas y cirios de llama macilenta.

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