La ciudad y los días

carlos / colón

La ciudad y los días: 'El vacío tras la plenitud'

LAS grandes experiencias dejan, al finalizar, un vacío proporcional a su grandeza. Es una sensación contradictoria. Por una parte estamos colmados y somos más ricos en conocimientos y emociones. Pero por esa misma razón nos sentimos a la vez vacíos, como si nada pudiera ya conmovernos como lo que acabamos de vivir y sentir. Por eso la Sabiduría, como recordaba ayer, dice en el Eclesiastés: "Los que me coman tendrán más hambre todavía, los que me beban tendrán más sed".

Hay libros tras cuya última página, músicas tras cuya última nota o películas tras cuyo último fotograma nos dejan con la sensación de que será muy difícil, casi imposible, encontrar otra obra que nos procure tanto conocimiento a través de tan intensas emociones. Y lo siguiente que leemos, oímos o contemplamos nos suele parecer hueco, leve, prescindible, insulso. Como el paladar que, tras gustar un bocado perfecto, encuentra sosos o toscos otros sabores. Así es la experiencia de la Esperanza Macarena, ya sea en lo íntimo de las fotografías que la llevan a miles de casas por toda Sevilla, en lo cotidiano de su estar en la Basílica y sobre todo en sus salidas anuales o en las efemérides como la que concluyó ayer tras una semana que pasará a los anales de la Hermandad y a la historia de Sevilla.

La Macarena es una experiencia estética de lo sagrado tan gloriosamente gozosa como el Magnificat de Bach, una expresión del dolor tan delicada y conmovedora como el Stabat Mater de Pergolesi, una afirmación del amor eterno tan espectacular y grandiosa como la sinfonía Turangalila de Messiaen, que el gran músico definió como "una canción de amor, un himno a la alegría, una representación del tiempo, el movimiento, la vida y la muerte".

Eso es la Esperanza cuando se echa a la calle en su paso o se da a sus devotos en besamanos, y la vivifica la devoción popular. Olvídense de catedrales y plazas de España. Eso es otra cuestión, cosas oficiales. Céntrense en el besamanos y la procesión, cuando se da al pueblo y éste se le rinde. Es ahí donde encontrarán esa experiencia estética de lo sagrado, comparable con las más altas que el genio humano haya creado, dicha con la elegante naturalidad y la difícil sencillez que lo auténticamente popular tuvo. Aunque jamás lo entiendan los mediocres que desprecian cuanto ignoran. "La mediocridad consiste en estar ante la grandeza y no darse cuenta" (Chesterton).

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