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Carlos Colón

La ciudad prostituida

TODO puede venderse puntualmente", se dice desde instancias públicas que pretenden hacer aún más agresiva la explotación de lo que queda de Sevilla. Esta puesta en venta de la totalidad de la ciudad incluye lo que sus vendedores llaman "espacios con alma". Por lo visto no basta con el cuerpo de la ciudad, hay que vender también su alma. Haría falta un Gogol que escribiera la triste historia de la compraventa de las almas de Sevilla, de su indefensión frente a las agresiones del turismo masivo -sobre cuyos efectos distorsionadores viene avisando la Unesco hace muchos años-, de las acciones u omisiones de los poderes públicos que alientan o toleran su prostitución turística. Con almas muertas, como en la novela de Gogol, es con lo que al final se mercadea. Porque no todo puede venderse; y menos esos "espacios con alma" que dejarán de tenerla así que se conviertan en mercadería.

Sobre todo desde 1999 se ha explotado y se está explotando a Sevilla tan depredadoramente como se hizo con las costas. Cuando en vez de un hermoso paisaje patrimonial tengamos un Benidorm de bares, tiendas de camisetas, franquicias y espacios desnaturalizados por reformas estúpidamente agresivas, estaremos ya del todo condenados al turismo más cutre que viaja para zamparse la misma pizza o la misma hamburguesa que se come en su ciudad. Con la excepción de la visita a algún bar de franquicia nacional -porque aquí la batalla no está entablada entre el comercio local y las franquicias internacionales, sino entre éstas y las franquicias nacionales- que les ofrezca el fantasma de una tapa o una paella momificada.

Véase la deriva comercial de la Avenida, Alemanes, Hernando Colón, Mateos Gago o Santa Cruz, donde por lo visto no existe límite para las licencias de bares y veladores o normativa sobre rótulos. El humo grasiento de pizzas y hamburguesas está atufando este presunto Patrimonio de la Humanidad, cada vez más parecido a un Fondo de Bikini empapado de las grasas del Crustáceo Crujiente del Señor Cangrejo y del Cubo de Cebo de Plancton. Mientras las tienduchas de esos souvenirs que más parecen cauchemars lo convierten en un bazar tercermundista.

Ya en 1980 advertía la Unesco: "El turismo ha pasado a ser una industria cuyos efectos directos e indirectos se entienden todavía mal y se controlan aún peor. Regenera a la vez que contamina, gratifica a la vez que socava sus propios fundamentos, representa tanto una fuente de experiencia constructiva y de enriquecimiento cultural como de alienación y de degradación". 32 años después en Sevilla sus efectos se siguen entendiendo mal y controlando aún peor.

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