UNA ciudad es la vida que hay en ella y si no bulle en sus calles, no hay ciudad. Esta semana en Sevilla nos podemos hasta sentir satisfechos -con lo raro que es eso últimamente- porque en pocos días se han anunciado dos medidas que deben de contribuir a que las calles que pisamos y que vivimos estén más llenas de gente y sean además más cómodas para los que por ellas transitan. La libertad de horarios comerciales durante seis meses al año en el centro y la ordenanza que pretende poner orden en la selva de veladores, que los últimos dos gobiernos municipales han dejado proliferar, son buenas noticias porque afectan al corazón de lo que es la vida en los centros urbanos: el comercio y la hostelería. La otra pata serían las actividades culturales y recreativas en las calles, que no son ni los acordeonistas rumanos, ni indios de pega ni estatuas que dan sustos. Y en Sevilla, ya que parece que el Ayuntamiento se ha metido en faena, si se le pusiera coto al, llamémoslo así, desmadre ciclista la cosa mejoraría mucho más.

Lo de los veladores se había convertido en una auténtica carrera de obstáculos para el peatón que, en las calles más significadas del casco histórico, tenían que jugarse el físico para sortear mesas que dejaban las aceras impracticables para caminar sobre ellas. Poner coto a los espacios y a los horarios era una necesidad que el Ayuntamiento debe hacer cumplir sin miramientos, pero sin caer en el pendulazo. Por cierto, que Gregorio Serrano, o quien corresponda, mucho está tardando en presentar ante la ciudadanía a la mente preclara que ha decidido que las terrazas en las zonas más transitadas echen el cierre a las once de la noche, en una ciudad donde en verano y a esa hora casi ni te has quitado las gafas del sol. Como al final la lógica siempre tiende a imponerse, supongo que este disparate quedará solventado antes de la puesta en marcha de la ordenanza.

La apertura del comercio los siete días de la semana y en plena libertad de horarios durante seis meses también va a ayudar a revitalizar la vida en la calle. El centro de Sevilla es un páramo dominical con escasos paseantes locales y turistas a la deriva. Las tiendas abiertas van a llenar las calles de gente y eso es bueno para las propias tiendas y para las terrazas con veladores. Es bueno, en definitiva para la vida. E incluso no estaría de más que volviera, regulado y controlado, el histórico mercado de animales a la Alfalfa, que le daba a toda la zona un aire festivo que todavía se echa de menos.

Se trata, ni más ni menos, que de reivindicar la vida en la calle y no dejar que regulaciones sin sentido agraven aún más los destrozos que en la ciudad provocan la crisis que nunca se acaba. Siempre se ha dicho que aquí, como en todo el sur de Europa, como en el norte de África, la vida se hace en la calle y que esa es una parte esencial de nuestra personalidad. Todo lo que se haga para defender esa forma de vivir es bueno para Sevilla.

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