Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

Los clavos de Christine

EL Fondo Monetario Internacional (FMI) aprieta pero no afloja. Esta semana, este gran árbitro económico planetario ha afirmado en un informe que lo tenemos mal, y que si no hacemos un gran pacto social nacional para bajarnos los sueldos un 10% lo vamos a tener igual de mal como mínimo un lustro, al final del cual uno de cada cuatro españoles con capacidad de trabajar no tendrá dónde trabajar. La receta de bajar los salarios -bajarlos más, por ser precisos- se basa en una certeza meramente teórica y que no se da en la práctica en tiempos de crisis: que si los salarios bajan crece la ocupación, aunque el Fondo cree que esta dificultad se soslaya obteniendo el compromiso de crear empleo por parte de los empresarios: algo improbable, e incluso naif. El FMI incluso se lanza del trampolín al afirmar que siendo todos los asalariados (alrededor del 45% de la fuerza laboral) más pobres, y además subiendo el IVA otra vez, el consumo se va a reactivar y con ello cogerá color nuestra economía. No entremos ahora en la explicación de este kit de socorrismo, que explicaciones hay tantas como explicadores. Pero sí recordemos que, primero, en España el salario medio real, o sea, descontando la inflación, ya ha descendido un 2,3% desde 2008. Paralelamente, la destrucción de empleo ha sido enorme en ese mismo periodo, y la atenuación de las cifras se ha debido a la emigración, al fuerte aumento de la parcialidad y a la estacionalidad. Creer en la receta del FMI es pues un acto de fe del que se puede discrepar frontalmente. El problema no está en los salarios, ya de por sí jibarizados, por no decir directamente eliminados, en los casos de quienes perdieron su empleo. El problema está en la falta de crédito. Una noticia ha pasado casi desapercibida esta semana: el Estado, por medio del FROB, da por perdida una gran parte de las ayudas a los bancos quebrados que se ha comido el propio FROB, o sea, usted, para no dejar quebrar a los bancos, y con ellos a sus accionistas y, en parte, a sus clientes. El creciente agujero negro o descuadre sin remedio entre activos y pasivos del FROB lo seguirán pagando los españoles, que para más inri se lo debemos a nuestros salvadores exteriores, ésos mismos que nos recetan lo que al final, directa o indirectamente, nos acaban imponiendo en política económica. El FMI ha fallado en sus previsiones como una escopeta de feria desde que la Gran Recesión se larvaba, y también cuando la receisión se hizo corpórea. Pero Christine Lagarde no es tonta ni sus chicos tampoco, y no les ha pasado desapercibido este detalle preocupante, lo que expande una sombra oscura sobre la salud del sistema financiero en general. Y sin financiación, no hay nada que huela a crecimiento ni, después, a empleo.

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