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Juan Luis Pavón

Una cola barata que sale cara

EL dinamismo y la productividad de una sociedad dependen mucho más del correcto funcionamiento de sus engranajes de proximidad que de encomendarse a inversiones y planes despampanantes. El próximo martes día 10 acaba el plazo de matriculación para los alumnos de Secundaria y Bachillerato en los institutos. Confío en que ustedes hayan tenido más suerte que los adultos y jóvenes atascados ante la ventanilla de uno de los centros educativos públicos con más solera de Sevilla, donde he sido testigo de cómo algunos vecinos han intentado en dos o tres días distintos entregar la documentación, dado que sólo hay en secretaría una persona para gestionar la matriculación en todos los ciclos formativos que allí se imparten; sólo se atiende a la comunidad durante tres horas por la mañana, todo un embudo cuando se eterniza el trámite de algunos adolescentes y la cola avanza a una velocidad media de entre diez a quince demandantes por hora; y es bien visible el cartel con el que se da la bienvenida, pidiendo disculpas por las molestias causadas al reducir la Delegación de Educación en un 50% la asignación de efectivos para labores administrativas.

Si así de estrechas están las coordenadas, y peor que se van a poner en un verano en el que se le tiene más miedo a las olas de recortes que al insomnio caluroso, habrá que organizar brigadas de voluntarios a modo de oficinistas de barrio para evitar colapsarnos en las trampas que nos tiende el sistema, o dedicar esa movilización a rastrear dónde hay empleados de la cosa pública cuya única tarea fija son sus charlas de pasillo, sus salidas a echar un pitillo y sus paseos a tomar café. Y conminar a las autoridades a una redistribución de efectivos por razón de interés general, si no quiere verse sometido a una serenata de reproches ante la fachada de su sede institucional.

Dinero hay poco, pero menos aún hay voluntad política de poner la Administración al servicio del ciudadano, por ejemplo destinando durante una quincena a personas de otras instancias para una tarea que no tiene la complejidad de un doctorado en física atómica. En lugar de esa flexibilidad a coste cero, se opta por castigar al vecindario, que paga el sobrecoste de perder el tiempo de modo absurdo, y quitarle esas horas a su trabajo y a su capacidad de generar bienes, productos, servicios, valor y riqueza. Sí, porque en Sevilla aún hay gente que labora de lunes a viernes por la mañana. Todavía hay sevillanos que no son prejubilados, desempleados o pensionistas. Ciudadanos que compiten en un mundo en el que enfrentarse a una ventanilla dejó de ser hace mucho la mayor heroicidad de la jornada.

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