Fiesta en el corazón de ese rincón que quiere desgajarse y no ser España. Un dolor, pero Gerona es sístole y diástole de ese movimiento secesionista que ya está horadando los cimientos del fútbol en esa zona. Juega el Betis allí y ni siquiera el recuerdo de aquella tarde de Betis-Sporting y Girona-Lugo puede emponzoñar las aguas que bajen del Onyar y del Ter así que den las nueve de la noche en este viernes de primavera desconocida.

Se trata de un partido al que acude el club no catalán que más peñas tiene en Cataluña, tras el Madrid, para contender con una de las revelaciones de la Liga. Es ese Girona que, de la mano de Pablo Machín junto a los demarrages de Portu y los testarazos de Stuani, ha logrado sobrevivir un año más en Primera diez jornadas antes de que finalice la Liga. Un equipo que apenas se sale del guión que ordena su entrenador, pero que parece que ha levantado un tanto el pie del acelerador.

Cita vital para el Betis con vistas a permanecer en esa quinta plaza que tanto gozo le proporciona al bético. Cuatro victorias consecutivas ha hecho que el Betis recortase distancias y adelantase después a un puñado de equipos que vivían o aspiraban a vivir en territorio continental. Sabiendo que, aun perdiendo, seguirá en dicha zona, lo deseable es que siga poniendo tierra de por medio en un campo, Montilivi, donde no bebió todavía el desagradable acíbar de la derrota.

A siete partidos del final y en el mejor momento del curso, Setién anda retocando el equipo a fin de una mejora en sus prestaciones. La baja de Jordi Amat no debe significar un contratiempo y la velocidad será un arma indispensable para intentar el asalto a espaldas de la adelantada defensa gerundense. Dicho lo dicho, la constatación de que pase lo que pase seguirá el Betis en ese piso de la tabla donde tan a gusto se vive. Perder no se ve como tragedia, pero ganar sería tremendo.