COMO tiempo habrá para detenerse en la incomprensible decisión de volver a designar a Undiano preocupémonos de lo que se libra este mediodía al final de la Palmera. Choque directo entre dos equipos que andan vivaqueando en zonas induablemente mejores a las previstas. Colisionan Betis y Levante, quinto y sexto en la tabla, erigidos en rivales directísimos y supervivientes en dos competiciones, domésticas las dos el Betis y una continental los azulgrana.

Será un Betis sin Beñat y un Levante a falta de Iborra, especie de médula espinal de un bloque que ha elevado a definitivo el concepto de colectividad que encierra el fútbol. Si hay un equipo en la Liga que haga abstracción de las excelencias del individualismo ése es el Levante que sincronizó el gran Jim. Le importa un bledo que el rival tenga la pelota, que él observará paciencia franciscana para aguardar el momento de aprovechar la menor desaplicación del contrario y por ahí meterle mano.

El pasado curso derrotó al Betis en las dos confrontaciones y en la del Villamarín de la primera vuelta le dio la vuelta a la tortilla para adueñarse del papel que hasta ese día estaba protagonizando el equipo de Pepe Mel. Quiere decirse que aquella tarde que el Levante holló Heliópolis fue punto de inflexión del que salió disparado el equipo valenciano y muy tocado el bético. Fue con gol de Juanlu, que no hay peor cuña que la de la misma madera aunque nunca dejaran al malagueño integrarse en Heliópolis.

Es, claro está, un choque complicado para este Betis imperial de visita y poco fiable de anfitrión. Ha dicho Mel que al equipo le cuesta llevar el peso del partido y si hay un día en la Liga en que no cabe otra que echarse el partido a la espalda, ése es cuando aparece el Levante en escena. El partido es de vital importancia por lo cercano que ambos rivales viven y por lo que tiene de colofón de una vuelta brillante a más no poder para ambos. En fin que a quien Dios se la dé, que San Pedro se la bendiga.