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Acción de gracias

Todo es de color

Los diseñadores han decidido, tras la pandemia, reivindicar con un intenso cromatismo la vida, la primavera, el verano

Un vestido rosa en un escaparate de Mango.

Un vestido rosa en un escaparate de Mango. / D. S.

Empezó llamando mi atención un vestido rosa, como el que llevó Gwyneth Paltrow la noche que le dieron el Oscar. Continué caminando por la calle Velázquez y yo, que normalmente soy propenso al despiste y vivo en Babia -nunca aspiré a ser investigador privado, precisamente-, me percaté sin embargo de que había un denominador común, un hilo invisible, en los escaparates de los comercios por los que pasaba. Todas las prendas eran de tonos intensos, festivos, casi gritones: naranjas, verdes ácidos, amarillos. Mi amiga Pilar Larrondo me explicó después que esa gama cromática se llama colores vitamina, y que los diseñadores y las franquicias han decidido, después de lo sufrido con la pandemia, dejar atrás la sobriedad y reivindicar la vida, la primavera, el verano. A mí, desde luego, aquel estallido de intensidad me subió el ánimo: me imaginé que, como en aquella escena de Todos dicen I love you de Woody Allen, los maniquíes se arrancarían a cantar y a bailar de un momento a otro, cosas que te ocurren cuando no tienes la cabeza muy centrada y te has pasado la vida viendo películas.

Desde entonces, quizás porque mi subconsciente quiere escapar del gris, el color me persigue. De repente, una y otra vez, la rutina abandona el hastío gracias a matices inesperados. Una mañana que estaba en la redacción el mundo mostró de repente su lado más amable, como en una revelación: la luz del día bañaba la pared del edificio de enfrente, y aquel simple muro se convirtió gracias a aquel fulgor en un lingote dorado. Sentí la misma alegría que un explorador cuando extrae de un río turbio pepitas de oro. Abrir la primera sandía del año me sumergió después en un rojo profundo, vibrante, como uno espera que sean las vacaciones. La otra noche, al volver del Premio Fernando Lara hasta mi casa, se me antojó que a la ciudad le sentaba bien ese naranja tenue que iluminaba las calles y que en cierto modo acompañaba al paseante.

Ahora temo, lo confieso, que la edad me transforme en uno de esos jubilados de la Costa del Sol, o de Florida -lo dicho: he visto muchas películas-, que visten llamativas camisas de palmeras y bermudas de tonos imposibles, y arrinconan en su armario los tonos pastel y cualquier atisbo de monocromía, y beben batidos y zumos o cócteles con sombrillita. Ya lo cantaban Lole y Manuel, todo es de color. "Sigamos por esa senda / a ver qué luz encontramos, / esa luz que está en la tierra", decían en aquella canción mítica. Yo pienso seguir por esa senda, sí. Nada que objetar a la elegancia del blanco y negro, pero las temperaturas son casi de verano y toca darnos un baño de color, que es otra forma de recordar que estamos vivos.

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