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En compañía

En el estreno de 'Company', Banderas nos recordó que la grandeza está en apoyarse en los demás, en dar su sitio al otro

Fue muy emocionante asistir al estreno de Company, el soberbio musical de Stephen Sondheim llevado a escena con ambición e inteligencia por Antonio Banderas en el Teatro del Soho,el pasado miércoles. Puede que yo no sea objetivo -me basta con oír unas notas de canciones como Ladies who lunch o Being Alive, aquí interpretadas con garra por Marta Ribera y Banderas, para que se me propague por el cuerpo la felicidad-, pero lo cierto es que la producción dispone al entusiasmo con unos cuantos argumentos. Un espléndido reparto apoyado en una espléndida orquesta, una escenografía abrumadora, un equipo técnico que incluye a profesionales de la solvencia del iluminador Juan Gómez-Cornejo. Y, en el centro de todo, un Antonio Banderas que ha comprendido con los años -¿quién dijo que la madurez era un castigo?- que la contención es otra forma de carisma, que no hace falta ningún gesto de más para conmover al auditorio. Un Banderas que presta su vulnerabilidad, sus dudas, ese físico que ya no es el de un veinteañero pero que aún se muestra en plenitud de facultades, a su protagonista, Robert, un soltero que se resiste a comprometerse mientras sospecha que igual la dicha se encuentra en apostar por alguien, en compartir el tiempo junto a esa persona. Durante la función, un espectador atento podía observar cómo asomaba por el rostro del actor una sonrisita cómplice mientras dialogaba con algún compañero, como si no pudiese ocultar el gozo de representar, y hacerlo además ante sus paisanos, una de las obras emblemáticas del siglo XX. Uno se imaginaba entonces que el malagueño miraba atrás y era consciente del largo viaje que había hecho, de los sueños que había cumplido aquel muchacho fantasioso que una vez dejó la ciudad para probar fortuna en una profesión impredecible y difícil. Por eso quizás habría que leer Company en esa clave: como una hermosa carta de amor que Banderas le escribe a su oficio.

Pero el momento más memorable del estreno no ocurrió exactamente durante la representación, sino después. Banderas quiso llamar al escenario al numeroso equipo que hace posible cada función: los encargados de la coreografía, el vestuario, la iluminación, los técnicos, los coachs, el personal del teatro. Reclamó también la presencia de los covers o los swings, los actores que se preparan por si en algún momento deben sustituir a alguno de los intérpretes titulares, y explicó que su labor no era tan secundaria como se podía creer, que algunas de las ideas que desplegaban en escena provenían de los ensayos junto a ellos. Banderas, que podía haberse atribuido el mérito de la noche en un teatro que él mismo ha levantado, nos recordó que la grandeza consiste (también) en apoyarse en los demás, en dar su sitio al otro.

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