Puede ser que, como en otras ocasiones, la competición fetiche haga de bálsamo con el que curar las heridas que viene sufriendo el Sevilla en territorio patrio. Las últimas experiencias han sembrado de dudas el presente y, sobre todo, el futuro de un equipo que iba a paso de oca hasta que dijo hasta aquí hemos llegado. El año 2020 está resultando desolador para la tropa de un entrenador, Julen Lopetegui, que vuelve a ser cuestionado.

Digo que vuelve porque entre cuestiones de toda laya es cómo el vasco llegó al Sevilla. Muy pronto revirtió la situación a base de ganar, mayormente como visitante. Los goles de Jordan y de Ocampos fueron situando al Sevilla en una cota espléndida, prometedora de tiempos tan buenos como los que ya eran sólo recuerdo. Y hoy, en la tierra del Conde Drácula, tiene el Sevilla la oportunidad de cerrar heridas a la par de engancharse con fuerza a su competición favorita.

Allí aguarda una afición entusiasta ante la llegada del equipo que, como el que lava, levantó cinco títulos entre uefas y europaligues. Es un día de fiesta en el corazón de la Transilvania y eso puede ser como un arma de doble filo que no se sabe cómo repercutirá en el Sevilla. Además del entusiasmo ante la llegada de un rival superior, un problema tiene en ascuas al Sevilla. Es el estado de un terreno de juego que, dicen allí, está así para no facilitar las cosas a un enemigo tan poderoso.

Todo esto es una sarta de especulaciones propias del comentario avant match, pero lo que nos estalla en la cara es la posibilidad del Sevilla de arreglar las cosas, sus cosas, ésas tan deterioradas desde que se cantaron las doce uvas. Y allí, a esa bella comarca rumana, Lopetegui se ha llevado a los disponibles, todos los disponibles, incluido ese Banega que hora es de que se haga nuevamente cargo de las operaciones de campo. Es Europa League y es el Sevilla, segundos fuera.