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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

La conciencia no se archiva

El fracaso de esta sociedad se llama Marta y se apellida Del Castillo

Cada día vivido como una eternidad, pero en las antípodas de lo que los Evangelios nos enseñan como la vida eterna. Un suplicio permanente, un infierno bajo el mismo cielo. Otro día sin mañana, como el capítulo de la novela Los chuanes de Balzac. No hay un lugar donde dejar una flor o rezar una salve o colocar una fotografía. No hay un lugar porque todos los lugares son el lugar. Cada noche uno sigue las pisadas de la Luna, que a diario pasea por la tierra sin jactarse, sin alharacas ni petulancias. Volverá el hombre a poner sus pies sobre el queso del Principito y seguiremos sin noticias del cuerpo de Marta del Castillo. La Audiencia ha decidido archivar las labores de búsqueda trece años después de su asesinato y desaparición. Fue el 24 de enero de 2009, el día que los periodistas celebrábamos el día de nuestro patrón, san Francisco de Sales, obispo de Ginebra, del que este año se cumple el cuarto centenario de su muerte.

El periódico con esa noticia sigue sin cerrarse, porque las conciencias y los sentimientos nunca se archivan. Marta tendría ahora los años que tiene mi hija Andrea. Eran niñas capicúas de 1991. Su cuerpo no es patrimonio de la memoria histórica ni de la memoria democrática. Uno tiene ya una edad y, cuando nació, Queipo de Llano llevaba seis años enterrado. No me gusta extrapolar historias tan diferentes. Ya quisiera que el ruido de las máquinas que procedían a la exhumación en la Macarena de los restos del general golpista y facineroso (no le llamen franquista, Queipo y el cardenal Segura fueron dos paladines del antifranquismo) y los de su esposa y el general Bohórquez hubiera sido la misma música celestial del hallazgo de los restos de Marta del Castillo. No hay memoria para ella en cuanto que no hay reparación. Una burla canalla se defecó en el Estado de Derecho, en los cimientos de la convivencia y de la confianza. Es increíble que en estos tiempos de avances científicos y tecnológicos no se haya producido un solo avance para aligerar el peso del dolor y reducir los estragos de la infamia. Marta también era real y auténtica, como reza la campaña propagandística del Ministerio de Igualdad.

El fracaso de esta sociedad se llama Marta y se apellida Del Castillo. Recordar su nombre, a diario si es preciso, es una obligación que tenemos como sociedad. Urge más encontrar los restos de Marta que los de Lorca. Federico está en sus poemas, en sus obras de teatro, en el agua cristalina que riega las voces de quienes lo recitan, pero las obras completas de Marta, esa mirada de los primeros carteles cuando todo parecía que sería un susto y un mal sueño, sólo están en las estanterías de los corazones de las personas de bien. Encontrar a Marta sí que sería un triunfo de la democracia. Lo demás es ideología y ya se sabe que la ideología aburguesa el espíritu y lo amodorra porque se hace justicia por delegación, como quien se casa por poderes. La idea es una nebulosa que se evapora en las proclamas de la masa.

Se perdieron unas horas cruciales y cada hora perdida fue un año dilapidado. El fracaso. La ponzoña. La carcoma. Una flor. Una oración. Un paradero.

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