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La ciudad y los días

carlos / colón

El concierto de Año Nuevo

MIENTRAS mis conciudadanos estaban arrebujados en sus casas disfrutando del concierto de Año Nuevo, paseaba por la desierta Plaza Nueva viendo volar las hojas muertas hasta posarse sobre el suelo, cubriéndolo de un pan de oro viejo como si el viento fuera Curro el dorador trabajando los pasos del Desprecio de Herodes, la Salud de San Bernardo, las Tres Caídas de San Isidoro o la Soledad de San Lorenzo en su taller de Siete Revueltas. El cielo gris, la lluvia fina, las hojas danzando y alfombrando el suelo... Podría sonar Maurice Jarre mientras Yuri y Lara paseaban por una Plaza Nueva convertida en las calles de Yuriatin. O podría oírse la voz de Montand cantando a Kosma y Prevert: "Las hojas muertas se amontonan, los recuerdos también, y el viento del norte se los lleva a la negra noche del olvido". Me pregunté cuántos jóvenes, incluso franceses, saben hoy quienes son Kosma, Prevert y Montand. Me pregunté por Europa y su futuro. Cuando los jóvenes sepan quien es Beckham e ignoren quien fue Shakespeare Inglaterra habrá muerto, ha escrito George Steiner. Lo mismo pensaba sobre Les feuilles mortes viendo las hojas muertas caer sobre la Plaza Nueva mientras mis conciudadanos oían La marcha Radetky que cierra el concierto vienés.

No es casual que Joseph Roth escogiera esta pieza para titular su gran novela sobre el derrumbamiento de la Austria de Francisco José. Ni que este concierto tenga tanto éxito televisivo. Casi todo el mundo, lo sepa o no, ama la Austria de Francisco José, ya sea en la versión del Roth de La marcha Radetzky, del Zweig de El mundo de ayer, de Sonrisas y lágrimas o del concierto de Año Nuevo. Es una nostalgia por el último destello de la gran Europa: Francisco José murió en 1916, en plena Gran Guerra, un año antes de que Lenin impusiera a sangre, fuego y Siberia la dictadura comunista y seis años antes de que Mussolini impusiera la fascista que inspiró el horror nazi. Se forjaba el infierno que Timothy Snyder definió en el título de su imprescindible libro como Tierras de sangre: Europa entre Hitler y Stalin.

El concierto vienés expresa de forma popular y probablemente inconsciente esta nostalgia por ese mundo anterior a las dos grandes guerras, las trincheras, el gas mostaza, el gulag comunista o las cámaras de gas nazis. Un mundo, además de perdido, me temo que cada vez más olvidado, barrido por el viento de la deseducación de los jóvenes a la negra noche del olvido.

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