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La otra tele

Hyde

La conversión de House

HOUSE se ha convertido en una enfermedad crónica común. Podemos librarnos de ella, olvidarnos por un tiempo, pero al final, tarde o temprano a lo largo del año, volveremos a caer. House es una de esas series que lleva dos o tres temporadas sobreviviendo con respiración artificial, a la espera de un milagro que nos devuelva la frescura de los primeros dos años. Aunque eso es imposible, en ocasiones nos brinda episodios que nos obligan a perdonarla, capítulos de gran televisión con mayúsculas. No me malinterpreten, la serie de éxito internacional de la Fox no es de Champions, algo que a priori parecería necesario para llegar a las siete temporadas, pero sí una obra de primera división, uno de esos equipos que de vez en cuando dan la campanada y nos regalan una montaña rusa emocional, con risas y llantos. Es por ello por lo que su permanencia no molesta a nadie. Todo gira alrededor de su estrella, Hugh Laurie, quien al fin y al cabo ha logrado componer a uno de esos personajes que permanecerán para siempre en la historia de la tele. House se ha convertido en un icono global, incluso en un adjetivo para nombrar a determinadas personas o comportamientos, honestos pero brutales, sinceros pero desalmados. A todos nos gustaría ser como él en algún momento dado, pero luego las convenciones sociales, la buena educación, nos lo impiden.

Los argumentos médicos hace tiempo que se agotaron. Demasiados trastornos autoinmunes, lupus y trepanaciones. Este año, por fortuna, casi todo ha girado en torno a los personajes. Empezamos con nuestro doctor en un manicomio, que es donde hace tiempo debió ingresar. Luego asistiremos a su progresiva rehabilitación, a sus tentaciones con la vicodina, a su insólita relación de amistad con Wilson y su imposible amor por la jefa Cuddy. Ya que los mencionamos, los dos episodios dedicados en exclusiva a los santos y pacientes personajes de los convincentes Robert Sean Leonard y Lisa Edelstein son de lo mejorcito de toda la serie, junto con el impresionante final de esta sexta temporada, que podrán ver en una semana. Sí, hay una concesión de los guionistas, pero el capítulo es estremecedor. La repera.

House tiene otra cosa que la distingue del resto de series. Es de las pocas que no pierde con el doblaje, gracias a un trabajo de cinco estrellas encabezado por Luis Porcar. Sí, la voz de Laurie, su falso acento norteamericano, es interesante. Pero su versión española no desmerece. Incluso gana. Porcar tenía experiencia en el doblaje de médicos. Hace años interpretó a otro doctor televisivo, quizás la némesis de House: un dulce y guaperas pediatra, el novio que toda chica querría tener, el papel que lanzó a la fama a la hoy superestrella George Clooney en Urgencias. Pasar de uno a otro personaje sí que merecería un par de sesiones de psicoanálisis.

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