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Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

La convicción

Quizá a esta izquierda le convendría curtirse en el pacto desde el embrión en lugar de ir luego achicando agua

Cuando los del 15-M acamparon en las plazas, hablé con algunos portavoces a los que se les había encomendado la tarea de atender a los medios y me sorprendió comprobar que la iniciativa, lejos de ser amplia, abierta y heterodoxa, suficientemente flexible para acoger a personas de tendencias ideológicas distintas, respondía a unos criterios, digamos, de base, extremadamente rigurosos y excluyentes. Digo que me sorprendió porque para entonces el arco de los indignados incluía a especímenes de lo más variopinto, pero coincidentes en la necesidad de depurar los procesos de elección, designación y proyección en una clase política que apestaba demasiado a corrupción. Muchos entendimos que en el 15-M había una oportunidad para poner en marcha un proyecto político común, supradogmático, porque de hecho así lo promocionaron sus impulsores; pero resultó que no, que había un marco más bien estrecho en cuanto a cuestiones sociales, económicas y culturales con el que había que comulgar para sentirse parte. Recuerdo que aquellos portavoces se negaban a responder o tiraban balones fuera cuando se les preguntaba por cuestiones más o menos incómodas bajo la excusa de que lo suyo no era un partido político; y cuando finalmente lo fue, la actitud siguió siendo la misma: balones fuera y exclusión al canto.

Cuando hablo de exclusión no hablo tanto del reparto de carnets como de la uniformidad en los discursos. Tuve una impresión parecida cuando, en mi bisoñez universitaria, frecuenté a algunos colectivos okupas y de esa izquierda bien consciente de sí misma y comprobé que la mínima objeción a cualquier afirmación expresada a las bravas te conducía de inmediato al bando contrario (eso de llamar facha no al que piensa distinto, sino al que se atreve a señalar una manchita, no es un invento precisamente nuevo). Respecto a aquellos grupos y al 15-M siempre me pregunté por qué, a pesar de esa intransigencia, las organizaciones se extendían en unas ramificaciones burocráticas asfixiantes e innecesarias. ¿Qué querían controlar si no había pero que valiera? Pienso en esto ahora, tras el último y peliagudo cisma en Podemos, que nació, como correspondía, con la misma convicción de pureza ideológica del 15-M. Y pienso si a esta izquierda no le convendría dar cabida de entrada a todos los matices y objeciones para empezar a construir desde ahí, curtirse en el pacto y el acuerdo desde el embrión, en lugar de tener que ir luego achicando agua.

Claro, que una alternativa es aplicarse los cismas que gasta la derecha. Ahí los tienen en la Junta, tan amigos. Y viva España.

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