TIEMPO El tiempo en Sevilla pega un giro radical y vuelve a traer lluvias

El wéstern recrea una estética no muy lejana a la de los campesinos del bajo Guadalquivir, emulada en tantos asentamientos del virreinato de Nueva España en Texas, Arizona o California. Sombreros, caballos, cabezas de ganado atravesando ríos y buscavidas a la caza de sombra, guitarra y taberna. El cine americano dio a todo aquello la atmósfera del sueño. Pero tras el wéstern hay también una tradición ética y épica. La edad revela que aquellas aventuras eran tragedia clásica y la razón por la cual nos decían que John Ford era homérico. En un cine que narra la historia de cómo se forja y se extiende una Nación, la épica, el lugar del héroe, se reserva al verso suelto, a aquel que posee el coraje para situarse solo ante la muchedumbre o el peligro, cuando la virtud lo exige.

Nacido para género clásico, el canon épico del wéstern mantiene hoy intacto su significado político. Revela, frente a la miseria, la naturaleza fordiana de los elegidos. En un acto de campaña en las presidenciales de 2008, una mujer preguntó al candidato John McCain, si Obama era americano. Ella afirmaba que era musulmán, para risa de los miles allí presentes. A contracorriente de la turba, el senador respondió con severidad, y desencantando a su foro, que Obama era un buen padre de familia, un ciudadano ejemplar, y que si él ganaba nada tenían que temer. El rostro de McCain, desencajado, transmitía la conciencia de que algo se había roto en el gran partido de Lincoln, y con ello, en la propia Nación. Con igual sobriedad, McCain felicitaba la noche electoral al Presidente Obama, cuyo triunfo, afirmó, pertenecía, por su significado, a todo el país.

En el canon del wéstern la villanía está emparentada con lo feo y lo imbécil. En las presidenciales del 2020, la fealdad y la imbecilidad habían ya carcomido, hasta hacerlo irreconocible, al gran partido de Lincoln. Su candidato, derrotado, negó los resultados y una turba de gente disfrazada asaltó el Congreso. Aquello fracasó pero no está claro que en 2024 los resortes que sujetaron la democracia sigan vigentes, pues muchos de ellos no fueron sino republicanos celosos de la ley que ya no estarán en sus cargos. La democracia norteamericana va a requerir grandes dosis de coraje contra el trumpismo, desde lo que subsista de ortodoxia clásica en el partido republicano. Entre tanto, estaría bien que cierto progresismo asumiera la importancia capital de la tradición conservadora, porque de cómo se menospreció al fordiano McCain en aquel 2008, nos acordamos bien.

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