La ciudad y los días

Carlos Colón

Así están las cosas

EN la mañana del día después del debate entre Rajoy y Zapatero una emisora tuvo la amabilidad de llamarme para que participara en una ronda de opiniones sobre quién lo había ganado. "La televisión", dije. Y comenté mi solitaria discrepancia con la mayoría de los periodistas y articulistas que celebraban el retorno de los debates como un triunfo de la democracia, y los altos índices de audiencia como una esperanzadora muestra del interés ciudadano por la política. Ayer leí con alegría de náufrago que encuentra compañía que por lo menos mi estimado vecino José Aguilar comparte esta opinión. "Todo lo que ha rodeado la preparación de los dos debates televisivos -decía- ha venido a confirmar que el periodismo entendido como ejercicio de la libertad de expresión, pluralismo y crítica está a punto de fallecer. Los políticos lo han cercado y las empresas editoras y los periodistas lo hemos aceptado. Así están las cosas".

Los dos recientes shows protagonizados por Zapatero y Rajoy han representado la definitiva reducción del debate (que debe ser controversia o discusión de opiniones contrapuestas entre dos o más personas) a un espectáculo televisivo más controlado por los asesores de imagen que la entrega de los Oscar, en el que gana quien tenga más telegenia (conjunto de cualidades de una persona que la hacen atractiva en televisión) en vez de quien con mayor acierto dialéctico defienda sus ideas, concretadas en un programa, y critique las de su contrincante. Lo que es sumamente grave porque de lo que estos debates tratan no es de quién baila mejor, resiste más tiempo en una isla o va a representarnos en Eurovisión, sino del gobierno de la nación.

Si los candidatos estuvieran obligados a contestar las preguntas que uno plantee a otro, en vez de hablar sin oírse como si fueran personajes del teatro del absurdo; si en una sección del debate intervinieran periodistas -periodistas, no esas "correas de transmisión de la política, altavoces de estrategias ajenas, receptores de platos cocinados por los gabinetes de imagen" a los que se refería José Aguilar- que les plantearan preguntas relevantes; si no se permitiera esa lucha entre asesores de imagen que dejan chicas las peleas de las divas por encabezar los carteles; si no se marginara a otras fuerzas políticas nacionales; si estas y otras cosas sensatas y razonables se hicieran, el regreso de los debates con tan alta audiencia sería una buena noticia sobre nuestra salud democrática. Tal y como están las cosas el debate está más cerca de El diario de Patricia, Fama o Supervivientes que de la política.

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