Seguro que ni Quentin Tarantino se hubiera atrevido a filmar la escena ni Edgar Allan Poe a relatarla, pues pone los pelos de punta la lectura de cómo unos salvajes celebraban una barbacoa mientras se tapaba con cemento una macabra sepultura. La espeluznante escena ocurrió en Dos Hermanas y es archisabido el suceso, pero no su remate, con la niña sepultada viva y el personal comiendo y bebiendo mientras se sellaba con cemento lo que sería la tumba de una familia. Es un hecho que bien puede entrar de pleno derecho en lo mejor de unas historias para no dormir, un hecho que se pone a nivel de cualquiera de los crímenes más espeluznantes de la historia. Y con el adobo del tráfico de drogas, el suceso deja bien claro que hay que articular un código disciplinario que permita que esta clase de alimañas no puedan nunca jamás convivir en sociedad.
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