Paisaje urbano

Eduardo / osborne

Los otros cristianos

MIENTRAS nosotros celebrábamos los días grandes de la pasión y muerte de Jesucristo con la solemnidad festiva propia de nuestra tradición secular, muy lejos de aquí eran asesinados ciento cuarenta y ocho personas, la mayoría de ellos jóvenes estudiantes, por el simple hecho de ser cristianos. Ocurrió en la universidad de Garisa (Kenia) y el relato ofrecido en las parcas informaciones de los medios de comunicación no puede ser más escalofriante. Un grupo de terroristas armados entraron en la citada universidad y retuvieron allí dentro a casi medio millar de estudiantes, tras reconocer el terreno dejaron marchar a los musulmanes y ejecutaron sin piedad a continuación a los cristianos.

Cuando en esta parte del mundo tenemos una religión heredada que nos viene dada desde la cuna, protegida por nuestro estado de derecho, y que podemos practicar de manera privada e incluso pública, en otras partes menos afortunadas hay que ser poco que menos que un héroe para mostrar al mundo la condición de seguidor de Jesús. Los testimonios de los pocos que tienen la suerte de contarlo hablan de un atentado perfectamente planificado, de la hora y el sitio en que los desgraciados estudiantes se reunían en oración, y de la muerte de los compañeros rezando como si no hubiera pasado el tiempo desde la Iglesia perseguida de los primeros cristianos.

Así como en otros casos bien conocidos la sociedad mundial se ha movilizado a todos los niveles con sus gobernantes al frente y han sido miles las manifestaciones y gestos de repulsa ante la barbarie, sorprende que en un caso aterrador como éste apenas se hayan oído condenas ni declaraciones. Ese "silencio cómplice" denunciado con rabia por el papa Francisco con ocasión del viacrucis en el Coliseo de Roma es tanto más ominoso si cabe cuando procede de comunidades occidentales cuya relación con el cristianismo está en la génesis de su historia. ¿A quién le importan unas víctimas cristianas del tercer mundo?

Fuera de nuestra burbuja de comodidad y bienestar, de creencias basadas sobre todo en la educación y en la rutina, hay otro cristianismo recio, sólido y comprometido que pone en juego día a día no media hora de religión o la cruz en la declaración de hacienda, sino su propia supervivencia. El de los olvidados, el de los desprotegidos, el del verdadero rostro de Dios, ése cuya pasión celebramos con tanta alegría la pasada semana.

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