AHORA resulta que el terrorismo está en un escalón por debajo, entre las cosas que preocupan a los españoles, que lo que se ha dado en llamar la clase política, es decir, los políticos. Según el barómetro de octubre del CIS, son el paro, los problemas económicos y la inmigración, los temas que ocupan los tres primeros puestos en las inquietudes del personal. El cuarto es para los políticos, y el quinto para el terrorismo. Esto pasa después de más de treinta años de democracia.

La verdad es que el tema duele, porque uno que, durante casi veinte años, se ha dedicado a hacer política, creía que, en general y salvo actuaciones puntuales y aisladas, el ejercicio político se había ganado, si no el aplauso unánime, sí, al menos, el reconocimiento de su contribución necesaria a un régimen de libertades y que, con todos sus defectos se consideraba el cauce más adecuado para la defensa de los intereses generales.

Pero parece que no es así, y que los ciudadanos ven a los políticos más como un problema que como una solución. Y esto es grave porque afecta al mismísimo tuétano de la credibilidad democrática. Si los ciudadanos consideran que los partidos políticos representan un problema mayor que el del terrorismo, en un país con miles de víctimas por acciones terroristas, apaga y vámonos.

Por supuesto, que en los momentos en que se hizo el sondeo del CIS, se habían producido toda una serie de acontecimientos -los coletazos del caso Gürtel, los abucheos a Zapatero en la parada militar, las detenciones en Baleares, la batalla de Caja Madrid o los casos de corrupción en Cataluña- que han sido como la explosión de un cartucho de dinamita en la imagen pública de los políticos. Así que, justos por pecadores, todos en el mismo saco.

Ante una situación como ésta, tienen que ser precisamente los justos, los que están sufriendo las consecuencias de algo que ellos no han hecho, los que tienen que poner pie en pared y hacer lo que haga falta, sin contemplaciones, para recuperar esa credibilidad que es indispensable para un buen ejercicio de la función pública. O se demuestra con hechos que los intereses generales siempre están por delante de los particulares, lo cual sólo se puede conseguir con actitudes firmes y sin miedos, limpiando cada uno su casa por dentro, sin que se recurra a la técnica del ventilador.

No siempre es fácil hacer esto, pero tenemos que ser conscientes de que lo que quieren los españoles es precisamente eso. Así que, o se hace, o se seguirá siendo el cuarto problema.

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