TRÁFICO Cuatro jóvenes hospitalizados en Sevilla tras un accidente de tráfico

Amí, el escándalo que se ha montado con la eliminación de España del Mundial me suena a cuento chino. Tras los últimos partidos de preparación, cualquiera que supiera algo de fútbol ya tenía claro que nuestro papel en el torneo iba a acabar en papelón. El cansancio de los jugadores, su edad, la facilidad con la que todo rival neutralizaba un sistema otrora imbatible presagiaban un fracaso estrepitoso. Es esa certeza la que mejor explica los extraños acontecimientos sucedidos a partir del 12 de junio. Florentino, que tiene fichado a Lopetegui para después de la competición, se pone nervioso: si vamos al desastre, no puede permitirse el lujo de poner al Madrid en manos de un perdedor. Se le enciende entonces la lucecita: hace llegar la noticia a Rubiales y confía en la dureza de su reacción. Por su parte, Lopetegui no ve más que ventajas en la crisis: si por un casual España triunfa, el mérito será suyo; si, como es previsible, pincha, la culpa la tendrá quien precipitadamente lo cesa.

Ignoro si Rubiales se enoja de veras o finge. Para él, tampoco el lance es malo: acaba de llegar a la Federación, tiene que marcar territorio y demostrar que es hombre de valores. Envuelto en la bandera de la ética, fulmina a Lopetegui y deja claro que no es un presidente títere. A Hierro el encargo le convierte en loable símbolo de sacrificio. De los jugadores ni les hablo: ellos conocían sus verdaderas posibilidades y el sainete les viene de perlas. Sus obvias deficiencias quedarán tranquilizadoramente acalladas por el debate sobre las responsabilidades de otros.

En esa tesitura, todos ganan menos España: Lopetegui asume el timón blanco sin mácula; Florentino se ahorra el trago de nombrar a un líder fracasado; Rubiales empieza a forjar su fama de incorruptible frente a los grandes; los jugadores se escapan vivos por la gatera del follón; Hierro, el pobre Hierro, se inmola por la patria.

Lo importante queda oculto por lo accesorio: sufridas las derrotas de Brasil y de la Eurocopa, no hemos sido capaces de reinventarnos y de buscar nuevas soluciones. Esa es la incompetencia básica, magistralmente diluida, eso sí, en una burda comedia de traiciones, orgullos, soberbias y tristezas.

Desengáñense, España llegó a Rusia eliminada y quienes estaban en el secreto han encontrado en la bronca y en lío la vía óptima para disimular sus errores, mantenernos distraídos y salvar por enésima vez sus remuneradísimos culos.

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