En tránsito

eduardo / jordá

La cultura del acuerdo

EN el otoño de 1977, cuando se firmaron los Pactos de la Moncloa, la inflación había alcanzado el 40% y todo el país vivía unos momentos de desconcierto muy parecidos a los actuales (hablo de miedo, inquietud y pesimismo sobre la situación económica). Además, teníamos la amenaza terrorista de ETA y la amenaza de un golpe militar de los nostálgicos del franquismo. Nadie sabía muy bien qué podía pasar. Y un buen día nos enteramos de que todas las fuerzas políticas -desde el Partido Comunista de Santiago Carrillo hasta la derecha reformista de UCD- habían firmado unos acuerdos con unos objetivos mínimos: devaluar la peseta (entonces teníamos divisa propia), controlar la inflación y garantizar la libertad de expresión. Yo entonces estaba en la Facultad, y recuerdo que un día entró un profesor en clase y nos dijo, muy indignado, que aquellos Pactos de la Moncloa habían sido una vergonzosa bajada de pantalones. Es probable que el país se hubiera ido a pique sin aquella demostración de cordura por parte de todas las fuerzas políticas, pero aquel profesor -como muchos otros intelectuales de la época- lo consideraba una aberrante traición a los principios.

En nuestra historia, pactar o acordar algo para evitar un mal mayor siempre se ha considerado una vergonzosa traición a los principios. En los dos años previos a la Guerra Civil, tanto la derecha más retrógrada como la izquierda revolucionaria podrían haber cedido en algunas de sus posiciones, pero las dos se enrocaron en sus posturas y al final pasó lo que pasó. Y lo mismo podría haber pasado, muchos años antes, entre carlistas e isabelinos, o entre religiosos y laicos, o entre monárquicos y republicanos. Pero nunca, llegado el momento, hubo capacidad de acuerdo. Nunca hubo posibilidad de evitar un desastre mayor a costa de una pequeña cesión en algunos puntos.

Digo esto porque ahora mismo es inconcebible que ni PP ni PSOE hayan podido encontrar un mínimo acuerdo sobre varios puntos esenciales para nuestro futuro: la reforma educativa, un programa común de empleo, los límites insalvables de la política de austeridad, el cambio de la Ley Electoral o la reforma de la Administración. Todas estas cosas son imprescindibles para salir de la crisis, pero aunque parezca mentira, ni uno ni otro han sido capaces de acordar nada. En el fondo, igual que en los peores momentos de nuestra historia, el acuerdo les sigue pareciendo una vergonzosa bajada de pantalones. Y así vamos.

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