Y A nadie tiene que pensarse el encuadre de una foto o modificar el diafragma para mejorar la luz o montar un trípode para tomar una buena fotografía, con un solo click en el móvil nos basta. Todo lo demás lo hacen Instagram y nuestra repercusión social. La tecnología, el capitalismo, la moda, todo nos está llevando a una deprimente era del instante. El otro día pensaba que no ha hecho más que comenzar el mes de agosto y la industria textil ya nos atosiga con lo que vendrá la próxima temporada. El verano pasa de largo y ni siquiera nos importa porque nuestra mente se está acostumbrando a no saborear las cosas demasiado, porque cualquier entendido llega y dice que eso está desfasado, que ya no se lleva. Y cual borregos sin criterio absorbemos el concepto: desfasado.

Qué hipócrita es la cultura del instante y qué imbéciles nos está volviendo. Las redes sociales descansan en la noción de rapidez y en la de evitar la sobrecarga. Nada tiene menos vida que un tuit y gracias a ello, la impunidad está asegurada. Ni siquiera nos importa quedarnos sin presidente, vendrá otro más chorizo que el anterior, qué más da, no pensamos demasiado más allá de ese pequeño instante de desconcierto, con el que es suficiente. Quién sabe si es una cuestión cultural o circunstancial. Muchos veraneantes han decidido repartir sus vacaciones en fines de semana. Ya no existen los cambios de quincena, tan solo el cambiar de ambiente, pero no por mucho, válgame. No pequemos de disfrutar demasiado, que eso ya no se lleva. O es que tal vez, ya no se pueda. Y no es que diga que no esté bien el disfrute momentáneo, sino que a algunas cosas no es aplicable. Escuchar buena música, leer una novela, viajar y, en definitiva, todo con lo que al hacerlo no nos importe que pase el tiempo porque nos hace sentirnos realizados y muy felices, aunque nos digan que con esta época de crisis, de desconcierto generalizado, de paro, de corrupción, eso de ser felices -aunque sea un poquito- hace tiempo que ya no se lleve.