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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

El cura Garnica

Enganchó el Calvario a este cura leído, viajado, anglófilo y liberal que le descubrió Blanco White a los sevillanos

Es tan sorprendente que este cura onubense tuviera cara, gesto y hechuras de vasco (no es difícil imaginarlo con txapela, sotana y paraguas), dado que su ancestro vizcaíno llegó a Andalucía en los lejanos tiempos de Felipe III para guerrear en las Alpujarras, como que este cura posconciliar -y todos sabemos hasta qué punto los curas posconciliares eran anti cofradías- fuera tanto del Calvario. Quienes hoy lo recuerden escribirán del discípulo de don Francisco López Estrada y don Vicente Llorens, del catedrático de Filología Inglesa y del estudioso de Blanco White, Washington Irving y Wiseman. Pero unos cuantos recordaremos, sobre todo, al Antonio Garnica hermano del Calvario.

Tiene esta hermandad un raro gancho para atraer a raros, entendiéndose por tales a quienes no responden al estereotipo capillita tal y como quienes se permiten despreciar a las hermandades sin conocerlas lo imaginan. Enganchó a Juan Sierra, que le dedicó una excepcional poseía al tránsito del Calvario por la Catedral ("Suenan golpes terribles porque el sueño construye un ataúd de urgencia sobre la losa fría. El cadáver de Cristo penetra en esta augusta soledad hecha piedra como un salmo suspenso"); enganchó a Luis Arenas, "el primero que retrató el crujío del Calvario en la Madrugada" como bien escribió Antonio Burgos, y a Haretón, que esculpió su perfil zurbaranesco en el más puro blanco y negro, y lo convirtió en el Cristo de San Juan de la Cruz y Dalí en el cartel de la Semana Santa de 1965; enganchó a Joaquín Sáenz, que pintó el lirio que le robó del paso escribiendo la última leyenda sevillana; enganchó a Emilio Sáenz, que desveló con su cámara el abismo de sus pupilas; y enganchó a este cura leído, viajado, anglófilo y liberal.

Recordaremos los del Calvario a Antonio Garnica oficiando en el coro bajo la misa del besamanos de noviembre y del besapié de febrero, concelebrando la función de su Virgen y de su Cristo o yendo tras el Calvario en sus traslados. Yo recordaré, sobre todo, el recogido ensimismamiento con el que, en sus últimos años, anciano y gastado por los achaques, concelebraba los cultos solemnes como si estuviera totalmente vuelto hacia el centro de sí mismo, allí donde solo Dios puede entrar, ofrendando su vida toda a ese Cristo del Calvario al que su admirado Blanco White debió rezarle cuando presidía la capilla de la Escuela de Cristo. En paz descanses, hermano.

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