NO hay mal que por bien no venga. La crisis que sufrimos se está llevando por delante muchas esperanzas, pero también puede ayudar a poner en su sitio a tanto cantamañanas engreído que se ha creído poderoso e influyente, capaz de moldear la realidad a su criterio omnisciente.

Esto va por los políticos menores que han prometido el pleno empleo, los perros atados con longaniza y la felicidad de sus súbditos sólo por el birlibirloque de su augusta autoridad y soberbia. Ha bastado una turbulencia en el crédito hipotecario en Estados Unidos y una subida ciertamente desproporcionada del petróleo para desnudar sus quimeras.

Si el Gobierno de la octava, novena o décima -que ya no se sabe muy bien- potencia industrial del mundo no sabe qué hacer para afrontar la crisis y espera, rezando laicamente, que cambie la coyuntura internacional, porque carece de instrumentos propios para alterar el signo de la economía, ¿qué pueden hacer los gobernantes autonómicos y municipales que han venido durante años revistiendo de pompa y vanidades su real impotencia para solucionar los problemas que más afectan a la vida de la gente?

Pues capear el temporal, improvisar medio a ciegas remedios que intuyen certeros pero raramente lo son, poner parches a las consecuencias más escandalosas de la fractura social que se está produciendo. No hay más. Seguramente no puede haber más. Tal y como funciona el mundo, las grandes decisiones que condicionan la economía de todos están completamente fuera del alcance de consejeros y alcaldes. Sus estrategias y planes, cuando existen, son siervas de situaciones y circunstancias que les son ajenas y muchas veces lejanas. Se han pasado media vida reclamando competencias y poderes y engordando sus egos en nombre del servicio a los ciudadanos y ahora que tendrían que dar la talla se dan cuenta de que, en realidad, son poquita cosa, apenas un globo que se pincha con nada, en la inmensidad de una sociedad compleja e interrelacionada hasta extremos insospechados. Se han caído del caballo.

Me recuerdan la anécdota del concejal de pueblo que esgrimió su credencial en una disputa de tráfico con un guardia de la capital.

-Esto aquí en Madrid es una mierda

-No, si en mi pueblo también es una mierda, pero allí no lo saben.

La diferencia es que con esta crisis aquí también se va sabiendo ya lo que son y lo que representan: donnadies con ínfulas que aguardan a que escampe. Pero eso también lo hacemos los demás, los que los hemos hecho parecer grandes tan sólo porque los mirábamos desde abajo.

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