La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

El cura que pagó el precio del carácter

Carlos Ros publicó todos los detalles del hijo oculto del cardenal Segura y fue el verso libre de la Diócesis

Se murió ayer Sevilla. Carlos Ros siempre ejerció de cura libre. Trabajó con Javierre muchos años. Los dos se aguantaban pero no se soportaban. La jerarquía eclesiástica, ya se sabe, es experta en poner el intermitente a la derecha y girar a la izquierda. Ros siempre tuvo una gran capacidad de trabajo, un elevado grado de inquietud intelectual y una enorme pasión por opinar con libertad desde el conocimiento y el rigor de las materias, aunque el carácter le jugara malas pasadas. Este sacerdote serio, laborioso investigador y valiente era en ocasiones demasiado temperamental y por momentos agreste, lo cual le generó no pocos críticos y le privó quizás de una carrera con más oropeles. Tengo la convicción de que estaba encantado de ser como era y le importaba muy poco enemistarse con la alta curia. No cambiaba su concepto de libertad por ciertos criterios de comodidad. Cuantos más años pasaban, más se acentuaban las aristas de su carácter, pero sin dejar nunca de escribir ni de investigar la vida de personajes relevantes de la Iglesia de Sevilla. Tuvo el valor de contar el hijo oculto que tuvo nada menos que el cardenal Segura. Anteriores biógrafos del polémico purpurado, algunos tan brillantes como Gil Delgado, optaron finalmente por suprimir ese fragmento de la vida y obra de aquel personaje al que Sevilla todavía no le ha dedicado una calle y que los ignorantes tildan de franquista, cuando fue todo lo contrario. Ros publicó hace pocos años su biografía de Segura y no omitió ningún dato sobre el cardenal que definió como "selvático". Le dolió que su libro no se vendiera en la librería diocesana del Palacio Arzobispal. Nunca fue un cura de aparato de curia ni pegado al poder. Don Carlos Amigo le confió la dirección del semanario informativo diocesano. Duró escasos meses en el cargo porque se enfrentó al canónigo que llevaba las cuentas, Miguel Artillo, que se negó a pagarle una mesa más grande. Ejerció como coadjutor en San Pedro y como capellán de monjas. Su carrera está marcada por la libertad, por ser el verso libre de la Diócesis, un presbítero incontrolable. Quizás por eso englobaba sus artículos y opiniones en el original título de Mi parroquia de papel, donde ejercía hasta de vaticanista bien orientado. Últimamente hasta charlaba por teléfono con el cardenal Amigo y se reían juntos al comentar algunos asuntos de actualidad. La ciudad ha perdido a un profundo conocedor de la Iglesia de Sevilla de las últimas décadas. Temperamental, romántico, libre, puntilloso, riguroso, valiente. No le importó tener críticos.

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