Acción de gracias

Los curiosos

La gente que admiramos es la que conserva la curiosidad, ese vínculo dispuesto a la celebración con los otros

No tengo aquí su libro y puede que mi memoria no recuerde las palabras exactas, lo que no varía en todo caso es la impresión que dejaron en mi ánimo. En su libro Miedo, la periodista Patricia Simón, que hace estos días una admirable cobertura de la guerra en Ucrania, hablaba al describir a uno de los hombres cuyos ejemplos y testimonios recogía en su ensayo de su enamoramiento asombrado ante la vida, destacaba de ese individuo que pese a las dificultades nunca hubiese perdido la curiosidad con la que observaba el mundo. La expresión me hizo pensar en que la gente a la que admiro es la que ha conservado ese vínculo dispuesto a la celebración con los otros, ese sano interés en lo que hacen los demás, la certeza de que en ese contacto es donde se aprende y se crece. Yo nunca olvidaré, por ejemplo, la calidez con la que Carmen Laffón me preguntaba cómo iban mis poemarios, o la frecuencia con la que ella acudía a exposiciones de artistas más jóvenes para comprobar cómo evolucionaban sus obras, su enamoramiento asombrado y generoso, porque sé que muchos creadores de esta ciudad agradecerán siempre esa mirada desprejuiciada, atenta y cariñosa que nos dedicaba alguien que había alcanzado el olimpo pero que nunca pretendió aislarse en su burbuja, como le ocurre a otros autores consagrados.

Hay muchas razones para caer en el desánimo, lo sabemos, y quizás por ello, frente a la grisura que se propaga en estos tiempos como un vertido tóxico, algunos procuramos aferrarnos al color, a esa capacidad para deslumbrarnos que nos reservan la vida y el arte. En una entrevista reciente, la actriz Irene Escolar señalaba la importancia que la curiosidad tenía en su carrera, que acogía cada proyecto abierta a la sorpresa, con la voluntad de entrar a jugar, decía, otra expresión maravillosa que he decidido apropiarme para el futuro. Qué solemnes y dramáticos andamos siempre, cuando son la ligereza y el asombro de los niños los que deberían marcar nuestros pasos. Qué encerrados en nuestra tonta vanidad, cuando quizás sea en la diversión con los compañeros, en las mezclas bastardas, los diálogos inesperados, donde quizás radique el mejor aprendizaje. A veces, ya lo he contado por aquí, me avergüenzo por el galimatías imposible de referencias que convive en la música que escucho, por la lista tan ecléctica de películas que pueden gustarme, convencido de que esa variedad revela una preocupante falta de criterio. Pero tal vez este desorden sea un orgullo y la prueba de que no quise quedarme en mi parcela: que son los curiosos, los desprejuiciados, los que se abren a los demás, los enamorados con asombro, quienes encuentran el oro en el turbio y agitado río de la vida.

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