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Alto y claro

josé Antonio / carrizosa

No debate nadie

SI no fuera porque la política andaluza, de repetitiva y previsible, da para pocas sorpresas, el Pleno del Parlamento andaluz de esta semana habría proporcionado un buen número de argumentos para llevarse las manos a la cabeza y preguntarse a quiénes hemos confiado nuestra representación en la Cámara que rige la mayor parte de las decisiones legislativas que nos afectan. La falta de debate sobre los problemas reales de los ciudadanos de esta tierra, que no son ni pocos ni fáciles, la zafiedad de los argumentos en la tribuna de oradores, el y tú más como culmen de la supuesta brillantez oratoria -sacando a relucir con estilo verdulero a maridos o novias-, e incluso la falta de estilo del presidente configuran un panorama que invita a mirar para otro lado.

Pero no se despisten: el Parlamento no es otra cosa que un espejo que devuelve la imagen de la sociedad que lo ha elegido, aunque esa imagen muchas veces se refleje deformada y aumentada. Si no hay un debate serio con argumentos y datos en la Cámara es porque tampoco lo hay en esa sociedad que cada vez está más adormecida y que parece dispuesta a que hagan con ella los que unos cuantos decidan desde unas cuantas poltronas políticas o económicas. La realidad pura y dura es que en Andalucía no hay debate político porque no hay debate social. Y, además, parece que a casi nadie le interesa que lo haya. Ese debate no es sólo responsabilidad de los políticos. Lo es también de la parte más consciente de la sociedad y de los medios de comunicación que deberemos hacer una seria autocrítica sobre nuestra responsabilidad en que cada vez se hable más de lo accesorio y menos de lo fundamental. En Sevilla, por hablar de lo más próximo, proliferan las convocatorias para el lucimiento del político de turno pero faltan ámbitos en los que se puedan confrontar opiniones y poner en contraste diversas alternativas. Salvo alguna iniciativa aislada y que por ello adquiere relevancia, como la llevada a cabo por Sevilla Abierta hace unas pocas semanas, el panorama local es un desierto en cuanto a espacios de reflexión se refiere. Mientras tanto, la ciudad deja escapar oportunidades y pierde poco a poco posiciones frente a sus competidoras más cercanas, por muchos auditorios con los que se quiera tapar las deficiencias en la gestión. Si eso es así en lo local, en lo regional ocurre tres cuartos de lo mismo. Hace falta, por lo tanto, que alguien coja esa bandera y empiece a movilizar conciencias. Hay cuestiones como la incapacidad de Andalucía para subirse al tren del desarrollo y acortar diferencias con el resto de España y con Europa, los niveles de paro a los que estamos condenados o las deficiencias de nuestro sistema educativo y el hundimiento de nuestras universidades que no admiten ni más demoras ni más paños calientes. Los problemas empiezan a solucionarse cuando se toma conciencia de ellos.

Si existieran esos espacios de concienciación de la sociedad y de profundización de debate, espectáculos como el del Parlamento de esta semana no se producirían. Por la sencilla razón de que los diputados no se atreverían a frivolizar si tuvieran claro que al otro lado de las puertas del salón de plenos se le pedirían cuentas. Si eso pasara todos saldríamos ganando. En primer lugar, ellos mismos.

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