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POR si no se acordaban, esta noche es el debate, el único, entre los dos candidatos, los únicos de verdad, a la presidencia del Gobierno. Mariano Rajoy, por el PP, y Alfredo Pérez Rubalcaba, por el PSOE. Como ya sabrán, el debate lo organiza la Academia de Televisión, que preside Manuel Campo Vidal, que ha ofrecido la señal a todas las cadenas, interesadas en comprarla. Me imagino que casi todas habrán aceptado la oferta, así que vamos a tener la opción de seguirlo por cualquier canal generalista. Y al poco tiempo del debate nos dirán quién ha sido el vencedor, aunque dudo de que haya mucha unanimidad, porque el resultado variará en función de la empresa que haya encargado, y de la que haya realizado, el sondeo de opinión.

De todas formas, da igual. Dicho así, parece duro pero vamos a intentar aclararlo. En primer lugar, el debate que vamos a ver y oír esta noche, está tan pactado, tan estructurado, desde los tiempos a los colores de los fondos, pasando por los temas y el formato, que poco lugar va a haber para la improvisación. Además, cada uno de los candidatos, con muchas ferias a sus espaldas, y baqueteados equipos de asesores, lo habrán preparado lo suficiente como para que no haya sorpresas ni meteduras de pata. Por esto, no podemos esperar ni victorias ni derrotas por goleada, como hacen el Madrid o el Barcelona.

Además de estos condicionantes, que le quitarán vivacidad y espontaneidad al debate, hay que tener en cuenta las características personales de los candidatos. Los dos tienen muchas cosas en común, como sus largas trayectorias en sus respectivos partidos, o su experiencia en la Administración, ya que ambos, entre otras cosas, han sido ministros del Interior y vicepresidentes del Gobierno, amén de su larga experiencia parlamentaria. También los dos son correosos y con un peculiar sentido del humor. Rubalcaba más agresivo, con más facilidad de comunicación, y Rajoy más socarrón, o sea, más gallego. Y no parece que ninguno pueda descomponer al otro, porque no es su carácter y, además, se conocen demasiado.

Pero sobre todo, lo que le quita morbo al debate, que se va a salvar por la curiosidad de verlos frente a frente, es que existe la opinión generalizada de que nada de lo que en él suceda va a tener influencia determinante en los resultados electorales porque, a estas alturas, y en estas circunstancias, con unas expectativas de voto prácticamente fijadas por la contundencia de las encuestas, va a ser muy difícil que este debate le haga cambiar a muchos de opinión. Pero bueno es que se celebre porque así los electores podrán conocer mejor a quien ya pensaba dar su voto.

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