DIRECTO Así han votado los sevillanos: resultado de la consulta sobre la Feria

DERBI Joaquín lo apuesta todo al verde en el derbi

Acción de gracias

Los débiles

Me gusta pensar que nosotros, los acusados de débiles, los frágiles, tenemos una mayor afinidad con el mundo

Desconozco si hay muchos estudios sobre el libro en esa clave, pero intuyo que Kafka escribía sobre la adolescencia en La metamorfosis. Al menos a mí me ocurrió como a Gregor Samsa: de niño era un principito canijo y un día me desperté convertido en un bicho y, lo peor, ataviado con un horrible chándal para liarla en clase de gimnasia. Hace poco recuperé Mi amigo el fantasma y me sentí identificado con uno de esos alumnos torpones con los que debe lidiar el profesor protagonista, esos muchachos que se caen en las pruebas de salto de valla y que si no llevan la palabra derrota tatuada en la frente es porque sus acosadores no encontraron un rotulador ese día. Bien mirada, mi vida en esos años de Peter Sellers púber tenía un reverso cómico, pero en aquel periodo me sentía como el personaje de un relato gótico, cercado por las sombras. No quiero abrumarles con penas, que ya está la actualidad para comprarse un billete a Bali si no tuviésemos cerrada la provincia, pero para que se hagan una idea de lo que me pasaba les diré que era complicado necesitar tener a alguien cerca y no ser, precisamente, el chico más popular de la escuela. Recuerdo algunas escenas en las que explotaban la tristeza y el odio a mí mismo que albergué en ese tiempo: admito, por ejemplo, haber llorado en el comedor porque otra vez teníamos lentejas, como si a mí me hubiesen hecho algo las legumbres, y que mi hermana -casi cinco años menor, intercambiábamos los papeles- tuviera la pobre que consolarme. Reconozco también, otra muestra de mi ánimo combustible, haber acaparado cierto protagonismo en las bodas de plata de mis padres después de que una amiga de la familia me preguntara si yo no había invitado a nadie y me tomara eso, entre llantos, como una burla en la que me llamaba marginado delante de todos. Hoy, a la luz del presente, sé que mi yo de la adolescencia habría necesitado ayuda de un especialista, que eso habría agilizado un proceso de aceptación que tardó lo suyo, casi tanto como algunas líneas de metro en construirse.

Y el otro día, cuando un político se mofó de quienes necesitan ir a terapia, no sentí ninguna vergüenza de ese chaval inflamable. Sentí orgullo. Porque esta sensibilidad a veces punzante no es ninguna deshonra, a menudo asoma incluso como un don, la capacidad de emocionarse con un paisaje, un cuadro, un libro. Me gusta pensar que nosotros, los acusados de débiles, los frágiles, tenemos una insospechada fortaleza, una mayor afinidad con el mundo. Que con el tiempo descubrimos que no estábamos solos, en absoluto, y que algunos habíamos vivido una metamorfosis distinta a la de Kafka, un viaje que nos ayudó a conocernos. Una mañana nos despertamos y ya no éramos insectos, al contrario: al fin nos queríamos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios