Imposible resulta ver los telediarios y no caer en un estado de depresión insoportable. Las cifras van surgiendo como si fuese un carrusel no futbolístico sino tétrico, insufriblemente dramático. Es una espiral camino de lo peor y eso impele al zapping a la búsqueda de una oferta menos desagradable. Y no se trata de meter la cabeza bajo el ala, sino de buscar una salida vital que nos permita aguantar este drama de la forma menos dañina posible. Con lo que relatan los telediarios difícilmente puede soportarse esta clausura sin fecha de caducidad. El televisor no puede de ninguna manera empeorar el desastroso estado anímico que nos ha creado este arresto domiciliario. Son informativos basados en hipótesis nacidas del desconocimiento, mucho de hablar por hablar sin saber de qué se habla, pero con unos datos objetivos que nos sumen en la tristeza, el número de muertos.
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