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La democracia, en peligro

La interferencia descarada en el Poder Judicial es un aviso, un pequeño síntoma, de democracia débil

Las elecciones a la Cámara de Representantes y al Senado de los EEUU, cuyos inciertos resultados se conocerán hoy, me pillan terminando de leer el sugerente ensayo de reciente publicación Cómo mueren las democracias (Ariel), en el que los profesores de Harvard Steven Levistsky y Daniel Ziblatt analizan la deriva de determinadas democracias americanas y europeas desde posiciones constitucionales convencionales hacia los gobiernos autoritarios de un Maduro o un Orban, con Trump al fondo, en el contexto de desigualdad y globalización sobre una sociedad cada vez más polarizada.

Una de las principales conclusiones a la que llegan los autores, centrada en la política norteamericana, es la pérdida de fuerza progresiva de dos normas que han sustentado su normal funcionamiento desde los años sesenta: la tolerancia mutua y la contención institucional, por las cuales los actores políticos aceptan como posibles alternativas las posiciones del contrario, y a su vez cuando ejercen el poder lo hacen de forma prudente, evitando tensionar más de lo debido al país y sus instituciones. Sin estas premisas, argumentan, el sistema constitucional de controles y equilibrios dejará de funcionar, y algunas evidencias de ello ya se empiezan a notar para desasosiego de sus autores.

España no es Estados Unidos, desde luego, pero algunos de los peligros que se apuntan en el libro debieran preocuparnos también a nosotros. A su manera, el Estado salido de la Transición con refrendo en la Constitución del 78, y que mal que les pese a algunos ha llegado con cierta salud hasta hoy, ha contado con sus necesarios equilibrios. También en el ámbito territorial, donde la posición central del PSOE como partido con un apoyo a veces hasta mayoritario en las comunidades periféricas ha sido clave para su estabilidad, y su penosa decadencia posiblemente una de las primeras causas de la situación de debilidad actual.

Y actos como el nombramiento de un miembro de la ejecutiva del partido gobernante como director del CIS, el desmantelamiento del organigrama de la televisión pública sobre la marcha o a la interferencia descarada en el Poder Judicial son avisos, pequeños síntomas de democracia débil. Como también lo es la incapacidad política de buscar soluciones que incidan en las cosas que nos unen, buscando en el otro al enemigo antes que al adversario. Sea aquí como en Washington.

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