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El poliedro

Los desertores del azadón

El desplazamiento de los inmigrantes por parados nacionales no se está dando como se esperaba

QUIZÁS conozcan la expresión desertores de la tiza. Suele aplicarse maliciosamente a los profesores del sector público que, tras pasar unos años sirviendo en política en comisión de servicios y gozando de sus nuevos salarios, estatus y otros concentrados de poder bebibles a diario, se resisten a volver al aula con niños, adolescentes y jóvenes más o menos ávidos de conocimiento. Es (debe de serlo) duro el retorno al despacho sin glamour ni secretaria, a la clase probablemente desinteresada, a la nómina modesta, a la opacidad pública, al frío de los mortales docentes o investigadores. La vocación de la enseñanza y el conocimiento se pone en serio riesgo cuando uno tiene asesores, subordinados y centralidad en los estrados y micrófonos. En muchos casos, la resistencia al retorno a la tiza (junto el poder de convicción adquirido en el ejercicio político) es tal, que por fuerza han crecido las fundaciones y observatorios, y han engordado los organigramas del sector público.

Algo parecido ha sucedido con los otrora boyantes y escasos albañiles, ferrallistas, soladores, electricistas, carpinteros metálicos, encofradores, fontaneros y otros. Paralizada la actividad que los reunía, la construcción, la opción era la vuelta a la barra o al azadón. En muchos casos de escasa profesionalidad encubierta por el boom, se imponía la vuelta a la hostelería y al campo: es lo que hay. Pero, también en muchos casos, esa vuelta pasa por una especie de periodo sabático en el que uno ejerce sus derechos adquiridos -la percepción del subsidio-, en el que no se hacen ascos a los chapús. (Eso sí: como han informado los técnicos de Hacienda esta semana, los microempresarios y autónomos que no están en módulos -éstos han tenido grandes ventajas, pero hoy, a la baja, su régimen no compensa- han declarado en 2009 cantidades de facturación irrisorias, trabajando grandemente en negro con la aquiescencia de los clientes, descontando con creces sus bajadas de ingresos por la crisis... a costa de menos ingresos naturales para las arcas públicas, y de una mayor economía sumergida, y no precisamente de subsistencia)

Hace unos meses, dábamos aquí cuenta (Mr. Gómez, from Lepe) de un fenómeno de movilidad laboral que surgía de la parálisis de la construcción: en las zonas rurales, los nacionales volvían del ladrillo al plástico y el surco, del sueldo de tres mil y más al de mil doscientos en el mejor de los casos. Todo ello, desplazando de sus puestos a quienes desde fuera habían venido a cubrir los trabajos más penosos y peor pagados: quítate-tú pa-ponerme yo, que soy del país. Pues bien, parece que lo que un periódico inglés había venido a constatar al poliédrico municipio de Lepe en Huelva no está realmente sucediendo, y no hay tal desplazamiento de una mano de obra por otra. O no de una manera intensa: "Mejor agoto el subsidio de desempleo que me corresponde, que me reporta una cantidad muy similar a la de los jornales. Como está la cosa, igual si dejo el paro para más adelante, se habrán recortado estos derechos también y no veo un duro. Pájaro en mano, pues".

A quien así barrunte no le falta razón. ¿Por qué no pensar que, junto al leñazo a las pensiones por venir no vendrá de la mano un nuevo recorte de las prestaciones por desempleo, después de haber visto cercenarse los salarios públicos, las obras también públicas, los presupuestos y organigramas ministeriales, autonómicos (menos) y locales; los gastos de defensa, la olvidada I+D+i tenida por base de todo progreso y discurso, la cooperación, la sostenibilidad energética y la sanidad, por no hablar de la todopoderosa y lenta educación que, también, todos decimos querer y ninguno dotamos. El azadón puede esperar. Y lo maneja con más ganas Mohamed.

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