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La otra tele

Hyde

Con determinación no perderemos

IMAGINAN un pueblo cualquiera español que viviera cada semana con pasión los partidos del equipo de fútbol de su instituto porque todo lo demás es crisis, crisis, crisis? ¿Las historias de cada uno de los jóvenes deportistas, su lucha por hacerse profesionales y salir de allí, la sana ambición de su entrenador por labrarse una carrera y a la vez mantener unida a su familia? ¿Tendría éxito una serie de televisión así sobre la Masía o sobre Valdebebas, las canteras azulgrana y madridista? Posiblemente sí, pero es una apuesta arriesgada como para que se la jueguen los directivos de las cadenas nacionales.

A la NBC norteamericana, que desde El Ala Oeste no levanta cabeza por la impaciencia de sus ejecutivos -nunca le perdonaremos el final abrupto de Studio 60, también de Sorkin, o de Kings-, le ha costado verlo. Pero finalmente ha claudicado ante el éxito de crítica y público de Friday Night Lights, que la pasada semana estrenó su cuarta temporada en EEUU. A priori el argumento echaría para atrás a cualquier espectador europeo: un joven entrenador se hace cargo del equipo de fútbol americano del instituto de un pueblo de Texas en el que ese deporte lo significa todo. No hay más ilusión que esperar al viernes, día de partido, y el técnico, interpretado por Kyle Chandler, siente más presión sobre sus espaldas que Pellegrini en el Bernabéu. Pero no se trata de una serie sobre fútbol americano. Ni otra más sobre las andanzas de unos jóvenes en el instituto. Friday Night Lights, que tiene detrás como principales productores al actor y director Peter Berg y al pez gordo de Hollywood Brian Grazer (ganador de un Oscar por Una mente maravillosa, con una prolija filmografía y creador de shows televisivos como Arrested Development) es mucho más. Es un melodrama sobre lo fugaz de la juventud y las oportunidades perdidas, sobre el fracaso (o no) del sueño americano, sobre la familia, sobre la profunda crisis económica y sus devastadores efectos. Está filmada con exquisito gusto (impresionan las contadas escenas de partido) y presenta una amplia amalgama de personajes bien desarrollados. Todo el mundo está enamorado de Connie Britton, que interpreta a la mujer del entrenador que se niega a ser sólo eso. Pero también tenemos varios héroes caídos, jóvenes sin padre, amigos borrachos, la guapa que quiere ser intelectual, el intelectual que quiere ser guapo. Más que una serie sobre un deporte, es una obra coral sobre perdedores con una fe inquebrantable en la victoria. Y pocas cosas hay más hermosas que eso.

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