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La ciudad y los días

Carlos Colón

La deuda de José Ignacio

LO piden los diez mil hermanos que reciben el Anuario del Gran Poder. Lo piden los amigos y parientes a quienes estos hermanos se lo pasan. Lo pido yo desde aquí, recogiendo el sentir de muchos. Y si tuviera boca lo pediría la mismísima Semana Santa, que carece de la crónica más veraz, por vivida y sentida, de lo que sucede en sus entrañas y la hace posible. Urge que José Ignacio Jiménez Esquivias escriba sus memorias capillitas.

Quienes tenemos la suerte de tratarlo (y no digo quererlo por no repetirme: cuando se le trata es imposible no quererle) lo sabemos desde siempre. Oírle es revivir la más humana, divertida, emocionante, antirretórica y cierta Semana Santa. Y leerlo hace renacer charlas de mediodía de manzanilla en los Corales, tardes de churros con chocolate en las entrañas de Calvillo que daban a la capillita de San José, noches de pavías y coroneles en el Rinconcillo, madrugadas de aguardiente en la Venta de Camas y amaneceres de Arco y calentitos en el Plata. Tiene una memoria propia, por vivida, de las cosas más importantes que tienen que ver con la Semana Santa; que son las que no se anotan en las actas de las hermandades, no se dicen en los pregones y no se escriben en libros y artículos. Y a ello suma una memoria heredada que ha atesorado sabiendo oír, desde muy joven, lo que contaban los viejos capataces, costaleros y capillitas.

"Se aprendió mucho -escribe en la tercera entrega de su serie Recuerdos y vivencias de mi Hermandad en el Anuario de su querida cofradía del Gran Poder- en aquellas eternas tertulias de Mercasevilla y la Venta de Camas. Yo estaba pendiente, como un búho, de todos los relatos de los años 40 y 50". Y tanto que lo estaba, como que lo cuenta con tanta vivacidad y gracia que quien lo lee parece que hubiera estado allí, oyendo con aguardentoso entusiasmo al "Moreno" o al "gordo" Salvador a la luz vacilante de bombillas de 25 w adornadas de cagadas de moscas. Sólo algunas crónicas de Galerín o algunas páginas de Antonio Núñez de Herrera cuentan la Semana Santa como José Ignacio lo hace en estos artículos que reserva, con tacañería impropia de su prodigalidad, al Anuario de su hermandad.

Si nos regalara sus memorias aportaría algo jamás escrito sobre la Semana Santa que, al mismo tiempo, es lo más cierto de ella. Serían los dickensianos Papeles póstumos del Club Pickwick en versión cofrade o el laffoniano Sevilla del buen recuerdo de un capillita. José Ignacio tiene una deuda con la Semana Santa: no puede seguir destilando sus memorias, como la cera del anuncio de los viejos "pogramas", gota a gota, año a año.

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