ENVOLVIENDO su pragmático ideario de intenciones en su reconocido talante, José María del Nido le daba carácter oficial a lo que ya se presumía por casi todos, que también el Sevilla era víctima de la situación. De la situación generalizada que exige una mesura que mejor es que llegue tarde que nunca. Aun con el soniquete que él popularizó, el sí o sí, más o menos enmascarado, el racial abogado salió del rincón pegando; o sea, como siempre.

Aun dando una impresión de humildad que no se correspondía con sus discursos de toda la vida, Del Nido le habló muy claro al sevillismo y, sobre todo, a su equipo de trabajo. Puede decirse que le apretó las tuercas a todos los que hacen que la entidad funcione, desde Monchi o Vizcaíno al que coge el teléfono. Anunció un tiempo de austeridad que en su boca sonaba extraño, pero es que donde lucía la harina, ahora mora con sordidez la mohína y así lo reconoció sin ambages.

Sonó sincero José María del Nido y sus palabras tuvieron mucho de acto de contrición con el consabido propósito de enmienda. Un propósito de enmienda que pasa por un volver a empezar que arranca con el traslado al baúl de los más hermosos recuerdos al Sevilla de los títulos. Un volver a empezar que, aunque no se fuera tan lejos en el tiempo, bien tuviera que repetir la filosofía que movió a su predecesor, el recordado Roberto Alés, para cimentar el club desde la austeridad.

Quizá hubiese que hablar de economía de guerra o similar, pues el desfase entre ingresos y gastos de los dos últimos ejercicios han llevado a la muy dolorosa decisión de vender a Jesús Navas. Por supuesto que se trata de una operación ventajosa para todas las partes, pero sin esos desajustes creo que vender a Navas es lo último que hubiese hecho Del Nido. Apeló por vez primera a la humildad y le habló muy claro al sevillista, conque a ver si este ideario se cumple a rajatabla.