Día de Todos los Santos

01 de noviembre 2025 - 03:10

Hoy los cristianos celebramos Todos los Santos, no Halloween, y mañana el Día de los Fieles Difuntos, no el de los zombis ni el de esa estupidez de “donde quiera estén”. Lo celebramos no desde ayer o anteayer, sino desde que en el siglo IX Gregorio III la instituyó el 1 de noviembre recogiendo antiguas tradiciones de memoria de los mártires que se remontaban al siglo IV.

Que Halloween haya entrado con tanta fuerza en nuestras vidas cotidianas no es interculturalidad positiva (interacción equitativa entre distintas culturas), sino negativa (relaciones desiguales entre grupos culturales marcadas por la dominación que conducen a la anulación o marginación de una de las partes). Si les parece exagerado, intenten, si tienen hijos o nietos pequeños, impedirles que participen en actividades escolares, o de cualquier tipo, de Halloween. Se sentirán raros y segregados de su comunidad. Luego no hay libertad de elección. Y sí dominación y marginación.

Su éxito es simple: Todos los Santos es una festividad cristiana y Halloween –muy entrañable donde tenga arraigo cultural– carece de referencias religiosas. El intento de cristianizarla como “Holywins” es grotesca además de ineficaz. Hay que aguantar el tirón por el bien de los pequeños y aguardar a que puedan pensar por sí mismos, cosa que el consumismo y la catástrofe educativa les pone cada vez más difícil, para que se confirmen en las creencias religiosas en las que fueron educados (en la medida en que la familia pueda educar hoy) o las rechacen. Lo segundo, por desgracia, es lo más frecuente porque es lo más adecuado al discurso hegemónico.

El último libro del reciente Premio Princesa de Asturias Byung-Chul Han se titula Sobre Dios: pensar con Simone Weil (Paidós). Es un diálogo con la extraordinaria pensadora, política, activista y mística de tan fecunda como corta vida (1909-1943) que, dice, le descubrió que “más allá de la inmanencia de la producción y del consumo, más allá de la inmanencia de la información y de la comunicación, existe otra realidad más elevada, existe una trascendencia que puede sacarnos de una vida completamente desprovista de sentido, de una mera supervivencia, de la mortificante falta de ser, y brindarnos la gozosa plenitud de ser”. Ojalá nuestros hijos y nietos tiren por ahí. Lo tienen difícil.

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