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Los días alegres

¿Cómo no voy a ser partidario de la Navidad, un tiempo en el que nos ponemos películas y la fantasía es una opción legítima?

Una vez, en los primeros años de colegio, estuve a punto de repetir curso, pero no se debió a las calificaciones. Fue, y perdonen si me concedo importancia, porque era diferente y el mundo no me entendía. Yo habría regalado mi colección de cromos de E.T. por ser normal, lo prometo, pero ni la normalidad ni la gimnasia se me daban bien por mucho que lo intentara. Jeanette era rebelde porque el mundo la había hecho así, y yo era un poco chalado porque no encontraba estímulos en mi entorno y, claro, me los inventaba. Uno no puede ir a unos grandes almacenes a presentar una queja por la realidad y conseguir que se la cambien, ya me habría gustado, así que adorna sus días con dosis de excentricidad y de delirio. Como un diseñador de moda que presenta una colección rupturista ante la que todo el mundo frunce el ceño, justo así era yo, pero en chiquitito. Un soñador. Un visionario. Un poeta, diría incluso, aunque ya le estoy poniendo demasiada épica al asunto. Cuando se anunció en Lausana que le daban las Olimpiadas a Barcelona, creo que ya lo he contado, corrí casi en trance a anotar estos versos: "Lausana, Lausana, / vístete de gala, / que viene Barcelona / y se lleva la Olimpiada". La historia es que yo gastaba las horas recordando el musical que habían echado la noche antes en la tele, o pensando en la muerte, que era un fantasioso pero también un existencialista, y, claro, no tenía ya hueco en mi sesera para ningún conocimiento práctico. De modo que los responsables del colegio hablaron con mis padres: sugirieron que repitiese curso porque, explicaron, yo era demasiado inocente, demasiado inmaduro, que habían comprobado que no tenía amigos -porque no había quien compartiera mi chifladura- y que igual conectaba mejor con los niños del siguiente curso. Por suerte mi madre se negó y sacó a la filósofa que toda madre lleva dentro: que no se preocuparan, que ya maduraría con los palos que me diera la vida, porque la vida es como un jugador de béisbol que te arrea con un bate, y que por el momento siguieran con el itinerario previsto, que no fuera a marearme yo con el desvío y los pusiera a todos perdidos de Cola Cao. Mi madre sólo dijo lo de que la vida ya se encargaría de darme palos, que ya maduraría, pero saben que lo de la fidelidad a los hechos nunca lo llevé demasiado bien.

Durante un tiempo no lo tuve claro, pero estas semanas lo he decidido: me gusta la Navidad, ahora que se acaba puedo confirmarlo. ¿Cómo no voy a ser partidario de estas fechas, en que nos ponemos películas y la fantasía es una opción legítima durante unos días? Es como si el mundo le dijera al niño absurdo y poco práctico que fui, que soy, que tenía su parte de razón.

Y, por cierto, nunca maduré. Quizás porque la vida no me dio los palos suficientes...

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