La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

La dictadura de la reserva

No solo los restaurantes del centro exigen reserva, ahora engordados por los guiris, sino hasta el taller que les repara el teléfono

Una peluquería

Una peluquería / M. G. (Sevilla)

La noticia de finales de noviembre no es que Pedro Sánchez sea el nuevo presidente de la Internacional Socialista, que hubiera tenido su gracia en los años ochenta y noventa. Serlo ahora es como presidir el Círculo de Lectores o estar abonado al recordado bibliobús. Tampoco es noticia la cantidad de correos y mensajes que llegan de protestas de sevillanos que se sienten mal atendidos en los bares a los que fueron fieles en la desescalada, cuando los españoles de otras provincias no podían venir, ni mucho menos los extranjeros. ¡Ahí tenéis vuestros bares, sevillanos! ¿Que hay excepciones de buenos profesionales? Naturalmente. Santa Marta los bendiga. Ayer mismo hubo un camarero de un negocio muy reputado del entorno de la Puerta de Jerez que le espetó con mucho desprecio a unos clientes interesados en una mesa. “La mesa es para comer”. “Sí, sí, para comer la queremos. Si tenemos más hambre que un lagarto en una pita”. “No, no es para tapitas”. Dios le conserve la vista.

El tardeo de moda sirve para comprobar que impera la cultura de la reserva. Hay que reservar para todo. Reserve la mesa del restaurante sin derecho a tardeo a pesar del precio del cubierto, reserve la cita con el barbero, reserve hora con el médico, reserve la cita para arreglar el iphone en el taller de la Puerta de la Carne, reserve cita con el relojero, reserve para celebrar el cumpleaños con derecho a tarta Selva negra o Alaska sin flambeado en los salones del club social, reserve cita con el tutor del colegio, reserve la clase con el entrenador personal, reserve hora para pedir una copia de la partida de bautismo que le permita ser padrino en la novillá sin caballos de una confirmación... Hay que declararse objetor de la reserva. Una cosa son los reservistas, gloria del Ejército que se inventó Aznar para hacerse perdonar la supresión de la mili obligatoria, y otra estar todo el día con esa previsión que asfixia toda improvisación. Llega usted a un bar cualquiera y le preguntan por sus intenciones. “¿Tiene reserva?”. Y uno explica que simplemente acude para tomar café. “En la barra no servimos café. Y las mesas son solo para comer”.

La cultura de la reserva nos ha cercenado los espacios de libertad que eran los bares y amenaza con coartar nuestro sistema de libertades. España es una gran Seguridad Social donde impera la cita previa para todo. Todo mi apoyo a ese ciudadano que entra en un restaurante con el mejor anuncio:“No tengo reserva y quiero una mesa para dos”. Y si los guiris lo permiten, usted encuentra el Dorado que no encontró Pizarro en el Perú.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »