La tribuna

Juan Antonio Estrada

Una dimisión inesperada

AFERRARSE al poder, no dimitir de los cargos, y asumir el dicho de que "el poder desgasta a los que no lo tienen" es lo habitual. Esta vez nos encontramos con una noticia que sorprende, mucho más cuando viene de un hombre que asumió el pontificado en 2005 con 78 años, cuando ya había superado ampliamente la edad en que se exige presentar la dimisión a todos los obispos. Si entonces se le criticó por asumir el pontificado en una edad propia de la jubilación, ahora es posible que haya también críticas por dimitir, lo cual no ocurría desde el siglo XV.

Se crea así un nuevo precedente que tiene también un mensaje para todos los obispos y cardenales: tomar distancia del ministerio vitalicio, que es el que se había impuesto hasta el cambio introducido por Pablo VI, para dejar paso a las necesidades de la Iglesia y del ministerio como lo prioritario. Ahí es donde hay que poner el acento a la hora de evaluar la duración de un episcopado y un pontificado.

Pronto empezaran los balances acerca de este pontificado, que ha durado siete años, en los que asumió la dirección de la Iglesia un hombre que durante sus largos años en la Congregación de la Fe se había distinguido por su línea tradicional y autoritaria, renovando la tradición de exclusión de los teólogos más renovadores y progresistas. La mayoría pensaba que se reforzaría esta orientación durante su pontificado y en parte ha sido así, ya que ha aumentado la lista de los teólogos que han sido apartados de sus cargos y a los que se ha limitado la publicación de escritos de teología.

Sin embargo, no cabe duda de que la visión de un papa no es la misma que la de un prefecto de la Congregación heredera de la Inquisición. La mayor perspectiva universal, así como una toma de conciencia de la complejidad y pluralidad de la iglesia ha obligado a una política menos restrictiva de lo que se esperaba. Especial resonancia tiene en este sentido la fuerte vinculación que estableció Ratzinger entre la razón y la fe, en la que la primera sirve de crítica a la segunda y ésta, a su vez, interpela a la misma racionalidad, presentándole su interpretación global del mundo y del hombre.

No cabe duda de que la situación de la Iglesia es muy crítica en la actualidad y que necesita de un líder papal con plena capacidad y plenitud para responder a los problemas existentes. Desde el jubileo del año 2000 se ha ido agudizando el distanciamiento entre la Iglesia católica y la sociedad secular y democrática, al menos en Europa, y se han agravado los problemas que desde hace decenios están sin resolver: problemas de bioética; cuestiones vinculadas a la antropología, sobre todo en lo concerniente a la sexualidad; temáticas irresueltas como la de la escasez de sacerdotes y las demandas crecientes sobre un celibato voluntario; el papel de la mujer en la Iglesia; los frenos que se han dado en el ecumenismo y el diálogo con las religiones no cristianas; los escándalos de pederastia del clero...

Desde hace años crece la distancia entre las jóvenes generaciones y la Iglesia católica, tanto a nivel institucional como comunitario, haciendo cada vez más difícil el relevo generacional. De ahí la necesidad de dar por cerrada una etapa, la que comenzó a finales de los setenta con Juan Pablo II y que ha continuado hasta hoy.

El problema es si el relevo que se plantea para el 28 de febrero será sólo de personas o también de perspectivas y de formas de afrontar la Iglesia y su papel en el mundo. No se puede esperar un corte con lo anterior, mucho menos con los actuales obispos que casi en su totalidad han sido nombrados por Juan Pablo II y Benedicto XVI, pero sí un cambio y una evolución. Dependerá en buena parte de quién ocupe la sede pontificia, ya que en la iglesia católica se mantiene una monarquía papal absoluta, en la que todo el poder se centra en el papa. De ahí que la elección papal se convierte en un asunto clave, no sólo desde una perspectiva eclesial sino también política, cultural y económica, dado que el catolicismo es una religión mundial cuya influencia se extiende a todos los continentes.

Ojalá que en el nuevo y corto periodo que se abre se anteponga el bien de la Iglesia en su conjunto y de la sociedad, antes que los intereses de la política clerical y de los bandos que desde hace años se preparan para este momento.

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