Todo lo que dimos por cierto

21 de septiembre 2025 - 03:11

Buena parte de lo que dimos por cierto está puesto en duda, los valores de la Ilustración se convirtieron en un gran consenso occidental que maduró después de las terribles experiencias de la Segunda Guerra Mundial, de Auschwitz y de las dictaduras comunistas. Hoy han dejado de ser axiomas morales y éticos, no han sido tumbados, pero sí impugnados por nuevas y viejas generaciones que apelan a su libertad para refutarlos, hay otro mundo de ayer que, como Stefan Zweig lamentó, se nos va.

Dimos por cierto que las minorías debían estar sobrerrepresentadas para paliar su marginación numérica, tal como entendimos que un delincuente no contagiaba su culpa a su familia, a su grupo étnico o a su nacionalidad. Que la ciencia era la vía certera para resolver los problemas de salud, que las vacunas inmunizaban y que el cambio climático tenía un origen humano. Dimos por justo que a los narcotraficantes que cruzan el Estrecho no se les podía matar desde una fragata porque toda persona tiene derecho a un proceso penal, que la presunción de inocencia obliga a aportar pruebas en sentido contrario para condenar a un investigado, que a la población civil no se le debe bombardear aunque los terroristas se escondan bajo sus faldas y que el objetivo del Ejército es la defensa del país, no el patrullaje de las calles. Supusimos que la democracia es el menos malo de los sistemas, que la violencia política tiene forma de espiral y que la agresión verbal es uno de los prólogos de ella. Que las religiones son siempre respetables, que los fanáticos no pueden imponer sus creencias y que las ciencias ocultas y el tarot sólo sirven para pasar un buen rato.

También aceptamos que los impuestos sólo son buenos si se gastaban bien, que la propiedad privada era un principio, que la iniciativa empresarial resolvía mejor que el Estado y que el libre comercio mundial había sacado a cientos de millones de personas de la pobreza. Que las diferencias sociales no son justas ni buenas para la convivencia y que la intervención pública tenía su justificación en esta disparidad de origen. Que la diplomacia era mejor que la guerra y que el liderazgo colaborativo es más sano que el caudillaje.

Y a pesar de que esos principios resultaban indiscutibles, había otros cientos sobre los que no eran posibles los acuerdos, parteaguas de sociedades en conflicto que habían consensuado que estos otros asuntos se resolvían en las elecciones democráticas y con las leyes. Y fue esto, lo que dimos por cierto, lo que se comenzó a llamar opinión dominante, ciencia oficial, dictadura de los políticamente correcto y estupideces wokes.

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