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El dinero no da la felicidad

Al parecer, no debemos envidiar a Ronaldo cuando lo veamos bajar de su flamante 'buga' acompañado de su espectacular novia

Oeso defienden algunos, quizá para edulcorar tanta miseria y sufrimiento en los últimos años. Así, la sorprendente noticia que saltaba estos días a algunos medios de información económica rezaba: "El dinero sólo puede comprar la felicidad de un país hasta los 26.000 euros de renta per cápita". El contenido de la misma señalaba que es cierto que la pasta ayuda a conseguir algo parecido a la felicidad, y que son los países más ricos en los que hay mayor número de personas que se declaran más o menos felices; pero -ay- hasta cierto nivel de inflexión o punto óptimo que se alcanza a los 26.000 euros de renta, a partir del cual esa sensación de bienestar deja de aumentar proporcionalmente. Según un estudio publicado en la revista científica norteamericana PLOS one, se ha podido confirmar que, en las naciones más pobres, el nivel de felicidad de la población crece a medida que se cubren las carencias más básicas, pero, también, que deja de hacerlo una vez se ha alcanzado cierto nivel de objetivos. O lo que ya hace siglos descubrió el saber popular: "No es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita". Tener un coche, el primer coche, proporciona un alto grado de ilusión, de satisfacción; el segundo no tanto; y con el tercero casi ni nos inmutamos.

Según parece, a partir de ese umbral de 26.000 euros, que asegura a una familia las necesidades básicas, entra en juego la llamada brecha de aspiraciones, o sensación de carencias superfluas que hay que cubrir, alentadas por la publicidad y espoleadas hasta hace poco por el crédito fácil. El último modelo de smartphone viene a solucionar pocos problemas, pero su ausencia sí puede generar altas dosis de frustración. Que se lo pregunten a los adolescentes y no tan adolescentes. Todo esto no hace sino corroborar la llamada Paradoja de Easterlin, bautizada así por el economista que la estudió, el cual, en un ensayo publicado a mediado de los años setenta, aseguró con profusión de datos empíricos y encuestas, que una vez cubiertas las carencias más elementales de la población de un país, los aumentos suplementarios de niveles de renta no producían un incremento en la misma medida de los niveles de felicidad. Obvio, aunque los anunciantes se encarguen a diario de hacernos creer lo contrario. Puede que para corroborar todo esto, otra noticia reciente recogiera que madrileños o vascos eran los españoles con mayor renta per cápita pero, también, los más infelices. Al parecer, en fin, no debemos envidiar a Ronaldo la próxima vez que lo veamos bajar de su flamante buga acompañado de su espectacular novia. "Pobrecito", es lo que parece ser que debemos pensar.

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