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Cuchillo sin filo

Francisco Correal

El discurso a los cabreros

LA historia se repite. Abraham Lincoln también había sido elegido por el Estado de Illinois, como Barack Obama. La novela Lincoln, de Gore Vidal, se abre con la llegada de incógnito en tren de aquel abogado de ferrocarriles que llegaría a presidente de los Estados Unidos. Como ahora, las medidas de seguridad eran extremas porque temían un atentado contra el futuro inquilino de la Casa Blanca. Visita las dependencias, que le muestra su antecesor, el presidente Buchanan. La diferencia respecto a los tiempos actuales es que los numerosos negros que aparecen por las calles de Washington venden periódicos, cargan maletas, entonan cánticos. Ni votaban ni gobernaban.

A esa ciudad llega en el último minuto y de penalti injusto el presidente del Gobierno español para participar en la reunión del G-20, que como escribía Rogelio Velasco en los diarios de este grupo es lo más parecido al camarote de los hermanos Marx. Algún mandatario del Ministerio de Asuntos Exteriores dirá aquello de "¡y dos huevos duros!". Imagino que a Zapatero le habrán hecho ver en el cine-club de la Moncloa la película El guateque, de Blake Edwards, para ver cómo se sientan en las recepciones los que son invitados fuera del protocolo. Espero que no se tope con un camarero como el que entraba y salía por la puerta giratoria de The Party al lado de la mesa donde habían sentado a Peter Sellers.

Los últimos serán los primeros, nos enseñan el Evangelio y ejemplos como los de la selección de Dinamarca o Alberto Contador, que ganaron la Eurocopa de Suecia y el Giro de Italia, respectivamente, pese a que unos y otro estaban de vacaciones. Las Américas. No va Nadal y va Zapatero. Somos expertos en repescas. La selección española de fútbol superó a Noruega y a Eslovenia, temibles rivales, en esa penitencia por no hacer las cosas bien. Entre sus asesores, Zapatero no contará con ninguno de los antiguos seleccionadores, que están por ahí tirando su currículum en Murcia, Pamplona y Estambul.

Zapatero debería llevarse el discurso a los cabreros de don Quijote, que no necesitaba de silla ninguna para evocar ese comunismo virgiliano previo a la ansiedad de tener y retener. Dichosa edad, siglos dichosos en los que no existían los mandatos de lo tuyo y de lo mío. Decía el padre Feijoo que el oro es el ídolo de los ricos y los ricos el ídolo de los pobres. La sociedad de la opulencia se ha buscado esta vuelta de tuerca en la que están resucitando a Keynes y Karl Marx ha vuelto a barrer en las librerías. Lo que hay que blindar son los tanques de nuestros soldados para que no los masacren los talibanes y los espectros de la muerte, y no los honorarios de esos directivos que paseaban sus cifras mareantes por el circo del Parnaso ante el asombro general.

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