La Noria

Carlos Mármol

El 'doble bucle' de la Encarnación

El alcalde da por inaugurado el mercado del Parasol, cuya construcción ha costado cuatro millones de euros más de lo previsto, una desviación presupuestaria que duplicará la renta que se cobrará a los comerciantes

LA cosa tiene gracia. O altas dosis de humor negro. Depende de cómo se mire. La inauguración del mercado de abastos del Parasol de la Encarnación, que esta semana ha marcado el retorno a la ciudad de Monteseirín tras un discreto periodo de descanso, ha vuelto a calcar el guión de casi todas las grandes ceremonias de éxito organizadas por el regidor en los últimos once años, más o menos el tiempo que lleva en la Alcaldía. A saber: acto protocolario con flores y atrio de madera noble, la obra en cuestión a medias -cosa que no suele importar demasiado-, exégesis a capricho de la historia reciente de Sevilla -reescrita siempre en función de cuáles sean los intereses políticos concretos del momento- y verdades a medias. Por no incurrir en la utilización de un término bastante más grueso.

Según esta puesta en escena, en la que participaron una parte de los comerciantes del mercado -el auditorio elegido para la ocasión-, el hecho trascendente de la reforma de este espacio público, cuyo círculo se ha cerrado esta última semana de agosto, es que el zoco de abastos está acabado. El regidor ha cumplido su promesa personal con los sufridos placeros. Más o menos así queda el cuento: "Tras esperar bajo un techo de latón, pasando calor y frío, desde 1973, el mercado de abastos de la plaza de la Encarnación por fin tiene una sede digna, acorde a su categoría". Aplausos sinceros de satisfacción.

la verdadera historia

La historia, sin embargo, no es tan simple. Como suele ocurrir con los símbolos políticos -el Parasol es quizás el icono mayúsculo de la era Monteseirín-, debajo de la alfombra se han guardado todos los detalles molestos que pudieran entorpecer este singular relato de la historia. La habitual desmemoria colectiva -tan sevillana- hará el resto hasta situar la cuestión justo en el punto de disolución. Esto es: aquel en el que ya nadie sabrá o podrá realmente diferenciar los hechos -la verdad objetiva- de la ficción política -la verdad oficial-.

El fondo de la historia es bien distinto. Radicalmente diferente a la presentación municipal. Para encontrarlo no hace falta ni siquiera volver a recordar una vez más los sucesivos episodios que han jalonado la kafkiana gestión de esta faraónica obra. Debajo de la eterna discusión sobre si el Parasol perjudicaba o mejoraba la estética de Sevilla se escondía en realidad un caso mayúsculo de utilización a capricho de los recursos públicos, presentes y futuros de toda una ciudad. Una materia que, bien desarrollada, daría probablemente para escribir un ensayo sobre los actuales usos y costumbres de la política hispalense.

Simplemente basta con hacer un ejercicio, probablemente estéril e impertinente, pero imposible de evitar si a alguien le interesase saber algún día el porqué de las cosas, como diría Quim Monzó, el escritor pop de Barcelona, que consiste en repasar con algo de tiempo algunos documentos -oficiales, claro-, hacer justo aquello que nos enseñaron los maestros del oficio y que nunca falla -trazar una malla cronológica- y, en general, mirar hacia atrás con afán de poder comprender mejor el presente. Poco más. Es barato. Es sencillo. Sólo hace falta trabajar. Un poco de esfuerzo.

Practicar dicha gimnasia intelectual nos lleva en el caso en cuestión a dos senderos complementarios. El primero versa sobre el grado de eficacia municipal, tema fecundo. El segundo desdibuja bastante el perfil de víctimas que en el citado relato oficial siempre se otorga a los comerciantes, ahora redimidos gracias a la gestión del Consistorio.

Vayamos por partes. ¿Hacía falta gastarse entre 90 y 123 millones de euros para construir un mercado? ¿No había otra opción? ¿Tan cara es la arquitectura de vanguardia? Sin entrar en más detalles sobre los abundantes agujeros negros del Parasol, cuya construcción era técnicamente imposible -hecho que se ocultó a los ciudadanos- y ha terminado hipotecando parte del desarrollo de Sevilla de los próximos diez años, parece evidente que las cosas podrían haberse hecho de otra manera. Mejor.

La inconsciencia con la que el gobierno local ha gastado el dinero público -Sacyr prometió un plazo, un presupuesto y no necesitar demasiados fondos municipales; todos estos factores los ha incumplido- es tal que basta mirar fuera de Sevilla para caer en la cuenta de que en realidad todo era más sencillo. Y más barato. No hay que ir muy lejos: en Barcelona, urbe a la que Monteseirín ha puesto en ocasiones como ejemplo, el Consistorio recuperó el mercado de Santa Caterina a un coste razonable y con arquitectura de calidad. El resultado es un hermoso y moderno zoco de barrio -singular gracias al proyecto del estudio de Enric Miralles y Benedetta Tagliabue; distinto porque tiene restos arqueológicos en su interior y se puede comprar al carnicero de toda la vida por internet- cuyo coste no pasó de los 12 millones de euros. Una décima parte de lo que se lleva gastado en la Encarnación. Tampoco en la Ciudad Condal las cosas fueron perfectas: su rehabilitación se demoró hasta seis años y su diseño generó cierta polémica. Pero el mercado de abastos continúa hoy día siendo público. El 80% de la reforma la pagó el Ayuntamiento y el 20% restante dos grandes operadores -Caprabo y Tragaluz- particulares. Concertación sin privatización.

En el caso de Sevilla, reina la paradoja. Lo que se ha hecho, además de construir un complejo comercial fuera de escala y sin un mínimo sentido de la contención, es privatizar una plaza pública, entregando su gestión, entre otras cosas para rodar anuncios, a un operador privado durante 40 años. Si este sistema -que, por cierto, era idéntico al que en su día propuso el PA- se hubiera elegido para evitar el quebranto de las arcas públicas todavía tendría sentido. Los hechos son otros: la Encarnación se ha privatizado pero la factura, que es enorme, la pagamos todos. ¿Alguien es capaz de entenderlo?

Sólo el recinto del mercado ha costado diez veces más de lo previsto. De 443.200 euros a 4,4 millones. ¿No van a estar satisfechos (algunos) comerciantes? Otros, menos entregados, han hecho otra cuenta. Gastos fijos actuales: cero. Gastos fijos en la nueva sede: por encima de los 650 euros al mes. Sacyr, que ganó el concurso entre otras promesas incumplidas, por la "moderación de su plan de ingresos", les ha duplicado la renta mensual de golpe. El piso es mejor, claro; pero la hipoteca es imposible.

un poco de memoria

En este punto llegamos al segundo sendero: los comerciantes. ¿Les debe algo la ciudad por tantos años de espera? Depende. En todo caso, la deuda no sería de tres décadas, sino de apenas doce años. Hasta 1998, cuando legalmente ellos renunciaron a su condición de concesionarios privados, que no existiera una plaza de abastos digna en la Encarnación no era responsabilidad municipal, sino particular. Los comerciantes son autónomos. Empresarios particulares. Su nueva ubicación se va a pagar -a precio de oro- con el dinero de todos. Cualquier industrial de Sevilla desearía un trato idéntico. Es el doble bucle de la Encarnación: se privatiza ahora para satisfacer la privatización previa. Son datos: desde 1982, cuando a los comerciantes se les otorgó la concesión, fueron ellos quienes jamás pusieron en pie su edificio. La historia es larga. Está llena de sombras: ediles mediando a favor de familiares; pactos incumplidos, problemas legales, negociaciones a la vieja usanza. No hace falta dar muchos detalles. Rojas Marcos cogió en los 90 el toro por los cuernos y les obligó a dejar la concesión. Hasta entonces los propios comerciantes fueron incapaces de gestionar su patrimonio empresarial. El Consistorio alteró la horma urbanística hasta en dos ocasiones para facilitar el proyecto. Ni así. El socio privado que buscaron fuese y no hubo nada. Ésta es la verdad. A muchos les molesta que se diga. Pero ya lo decía Quevedo. "Pues es amarga la verdad, quiero echarla de la boca".

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