María Tortolero García

Catedrática de Microbiología de la Universidad de Sevilla

A don Antonio Paneque Guerrero

Era un soplo de aire fresco en aquel ambiente opresor; un hombre tolerante

A la edad de 92 años, el Miércoles de Ceniza de año 2020 fue enterrado don Antonio Paneque Guerrero, tras una vida plena y fructífera tanto en el terreno profesional como en el personal. Conocí a don Antonio en los años 70, cuando era profesor de Investigación en el Departamento de Bioquímica de la Universidad de Sevilla, ya por entonces un Centro Mixto con el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Dedicado plenamente a la investigación, no ejercía labores docentes propiamente dichas. Mi relación con él empezó durante la elaboración de la tesis doctoral que me dirigió.

A don Antonio se le han reconocido en varias ocasiones muchas cualidades. Como científico, su capacidad de trabajo y su rigor. Como persona, su humildad, generosidad y bondad. Era "un hombre bueno", como suele decirse. Yo, desde aquí, quisiera resaltar algunas otras de sus cualidades, que quizás sean menos conocidas, porque pertenecía a esa clase de personas cuya mano derecha no sabía lo que hacía la izquierda.

Eran unos años difíciles en la universidad; la dictadura estaba resquebrajándose y la democracia empujaba con fuerza. Muchos de los estudiantes demócratas colaborábamos con grupos comunistas; era lo que había en aquella universidad: comunismo y democracia en un totum revolutum. Yo pertenecía a uno de esos grupos, no muy bien apreciados por la mayoría de los catedráticos de la época. Los años de mi doctorado fueron complicados, como consta en la publicación Subversivos y Malditos de la Universidad de Sevilla. 1967-1977, en la que Alberto Carrillo-Linares me incluyó. Cada día tenía que enfrentarme no sólo a mi trabajo científico, sino a la posibilidad de que me pusiesen de patitas en la calle.

Un buen día don Antonio me llamó y me dijo: "Tenemos que hablar". Ya estoy en la calle, pensé. Me equivocaba: quería que le contase que pensaba de la lucha universitaria. Y aquello fue el comienzo de una serie de charlas en su despacho sobre mis ideas políticas y las suyas, que eran radicalmente distintas. Fuimos separando el polvo de la paja y descubrimos muchos puntos de encuentro. Intercambiamos libros y los discutimos. Era un soplo de aire fresco en aquel ambiente opresor; un hombre tolerante.

Añadiría que fue un hombre feminista: fui la primera mujer que logró acabar la tesis en aquel Departamento, conocido por no aceptar mujeres en aquella época. Aconsejado por él, para que lo hiciera a la vez que dos compañeros mayores que yo, la leí un poco antes de lo que me correspondía. Era una táctica para suavizar posibles sorpresas. Supe que, gracias a su intervención, sería Doctora en Ciencias, lo que me abrió las puertas a mi posterior desarrollo profesional. Y por ese motivo le dediqué mi tesis, algo no muy habitual. Y hoy, en su despedida, me gustaría exponer mi agradecimiento con la misma dedicatoria: "A don Antonio Paneque Guerrero".

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios