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El drama de la gran comedia

HAY ejecutivos que se toman la ficción televisiva como si se tratara de detergente, de producirlo, colocarlo en las estanterías y venderlo a cuanta más gente mejor y al precio más rentable posible. Expertos del targeting y la segmentación de la audiencia que creen saber qué le gustará a la vez al público blanco y protestante de Tejas, a los católicos de Boston, a los negros presbiterianos de Chicago y Carolina del Norte, a los judíos de Nueva York, los hispanos de Florida y a las almas perdidas de California. Con frecuencia se equivocan, pero sus decisiones provocan que nazcan y mueran series.

Estos ejecutivos se pueden encontrar especialmente en la impaciente NBC, famosa por sus continuos cambios de criterio y por no tener piedad de obras que, aunque le aporten prestigio y premios, no le rindan en caja. Hasta la Fox de Murdoch, manteniendo a Fringe aunque sea con respiración artificial (los números de esta cuarta temporada hacen prácticamente utópica su renovación), o la CBS y su exquisita The Good Wife, quizás el caso paradigmático de lo equivocada que puede estar la audiencia al no verla, se han gastado pasta esperando el retorno a la larga.

El mejor producto, si es que acaso se puede llamar así a una obra artística, en términos de calidad, riesgo, e innovación que tiene la NBC en su parrilla es Community. Es la serie que todo el mundo debería estar viendo y nadie ve.

Es una obra cubista, en palabras del crítico de Time, que compara a su creador, Dan Harmon, con Picasso o Braque. Se trata de una comedia de picos de sierra, muy, muy irregular, pero con una masa de fans entregada. Acostumbrados a las sitcom de risa enlatada y facilona, cuesta mucho darle varias oportunidades a los chicos de Greendale, ese grupo de estudio de perdedores en una pequeña y miserable universidad pública. Pero la apuesta que se efectúa al perder el tiempo viendo algunos de sus capítulos prescindibles luego compensa con creces.

Los mejores episodios cómicos, carcajadas garantizadas durante veinte minutos seguidos, los ha ofrecido esta serie en los últimos años desde el trono del humor inteligente. Y todo a costa de tomar riesgos, de jugar con la narración, de darle la vuelta al relato como si fuera un calcetín, de parodiar al cine, a otras series o a la actualidad política como nadie más lo hace. La gamberrísima Community destruye la realidad para después reconstruirla a través de los ojos de Abed, de Troy, de Pierce, de Jeffrey, de Annie, Britta, el señor Chang o del decano Pelton. Su último capítulo está dedicado a un futbolín. Y es tan brillante que quema. Pero se trata de una serie exigente con sus espectadores que no obtiene las cifras que la NBC desea, por lo que la cadena anunció hace varias semanas que la deja en 'stand-by', sin fecha de retorno tras el parón navideño, pero no la cancela.

Es como darle un ultimátum a sus creadores y guionistas, cuando a fuerza de ser tan geniales e imprevisibles no hacen otra cosa que espantar al gran público.

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