La esquina

josé / aguilar

U n drama, tampoco

ES un problema serio que miles de licenciados universitarios tengan que marcharse al extranjero para poder trabajar porque este país no les ofrece ninguna salida profesional. Para ellos, sobre todo, pero también para la sociedad que ha invertido cantidades respetables en formarlos y pierde, con su fuga, una parte sustancial de los recursos humanos que son la base de su propio desarrollo. Hasta ahí, de acuerdo.

En lo que no coincido con una opinión bastante generalizada es en que este fenómeno migratorio sea un drama comparable al que vivieron nuestros emigrantes de los años sesenta del siglo pasado. Ni es equiparable el elemento humano que protagoniza este flujo de población en busca de trabajo ni lo es el contexto en el que se produce, tanto en origen como en destino.

Aquélla era una emigración desde la miseria y ésta es una emigración desde la precariedad. Los emigrantes de la gran oleada de la España del subdesarrollo tienen poco que ver con los emigrantes de la España desarrollada en crisis. Los de entonces viajaban en trenes destartalados y lentos, llevaban maletas de cartón, eran cabezas de familia que dejaban atrás mujer e hijos cuya subsistencia dependía por entero de ellos, iban a naciones extrañas de las que desconocían todo, desde el idioma a las costumbres y normas de convivencia, y, después de salir del trabajo a destajo y enfocado sólo a ahorrar lo más posible y regresar en cuanto cumplían su contrato, únicamente se relacionaban entre ellos. Su estado psicológico más habitual era el desarraigo.

Entre los jóvenes emigrantes de ahora habrá de todo, no lo niego, pero me da a mí que el prototipo se aleja del descrito. Creo que la mayoría llegan antes a sus destinos, en trenes modernos o vuelos baratos, que ya han viajado al extranjero con anterioridad a su periplo laboral -no como sus abuelos-, que se manejan mal que bien en el idioma del país al que van, no dejan aquí esposas ni hijos, sino familiares que no dependen de ellos, no tienen tanta fijación por volver a casa, establecen con rapidez relaciones sociales allá donde estén y los hábitos y las formas de vida a los que llegan no son muy diferentes a los que han conocido aquí.

De todo lo cual deduzco, salvo demostración en contrario, que estos jóvenes emigrantes tienen un problema, se sienten postergados y maltratados en su país y viven su marcha como algo fastidioso y molesto. Pero lo suyo no es un drama. Algo más que contratiempo y menos que sufrimiento.

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