La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La dulzura de los días iguales

El retorno de la normalidad tras la fiesta libera de la intensidad de esas emociones y trae la dulzura de los días iguales

El retorno de la cotidianidad rutinaria de los días que transcurren iguales unos a otros es una bendición. La fiesta sirve para romper la rutina pero también para restaurarla. Supone, para quien sabe vivirla, la liberación de las tareas diarias y la abolición del tiempo, como si nos desatáramos de obligaciones y las agujas de los relojes avanzaran más despacio haciéndonos sentir la vida con una intensidad que sería insoportable de no tener fijados unos estrictos límites temporales. A su vez el retorno de la normalidad tras el fin de la fiesta nos libera de la intensidad de esas emociones y nos hace apreciar la tan denostada rutina, la dulzura de los días iguales, la dignidad del hacer, la serenidad, el silencio. Los relojes se han puesto otra vez en marcha, sí; el tiempo ha vuelto a fluir y los instantes eternos que se han vivido con tanta emoción se han fundido en la memoria con los de otros años. Pero su tic tac en una habitación callada en la que la luz abrileña tarda más en morir es otra forma de construirnos un barrera, frágil pero reconfortante, contra el fluir del río que va a dar a la negra mar de Manrique.

La tarea, ahora, es despojar la rutina de ese aburrido automatismo que tan mala prensa le ha dado para disfrutarla serenamente, hora a hora, día a día. Convertirla en costumbre vivida y sentida. Ensancharla con alegrías chiquitas, aparentemente irrelevantes. Y ahondarla con los dones de la literatura, la música y el arte. "Leer es vivir dos veces" escribió alguien. Muchas más diría yo. Como oír música, contemplar cuadros o ver películas. La tragedia del fracaso educativo, y del desprecio a las humanidades sancionado por las propias autoridades educativas, es negarle a la mayoría este derecho a ahondar sus vidas. Impedirles decir, como Proust recordando sus lecturas primeras: "Quizá no haya un día de nuestra infancia que hayamos vivido con tanta plenitud como aquellos que creemos haber dejado sin vivir, los que hemos pasado con un libro preferido".

Esta plenitud ahonda los bienaventurados días iguales que desde hoy nos aguardan convirtiéndolos en una silenciosa fiesta, en un viaje inmóvil. Y con la Semana Santa, lo mismo. Pasear Feria sintiendo su ausencia con la fuerza de una presencia. Sentarse ante el Señor al caer la tarde, oyendo los vencejos mientras un sol largo entra en la Basílica cada vez que se aparta el esterón. La bendición de los días.

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