Tardará mucho tiempo en apagarse, si es que se apaga, el eco del estruendo ocurrido el domingo en Heliópolis y demás zona de influencia al filo de las dos de la tarde. Un estallido de júbilo porque lo ocurrido hasta entonces rozaba el surrealismo. No podía ser que el Betis se fuese perdiendo al descanso a causa de dos groseros errores individuales cuando el equipo estaba haciendo el fútbol más convincente del curso que vivimos.

Había sido con el mismo sentido futbolístico de siempre, pero con verticalidad ante un Girona que también demostraba sus excelencias y su enorme intensidad. Pero el error de Barragán narcotizó al equipo y, hasta el descanso, todo fue un contratiempo tras otro. Y ahí estalló la grada, sobre todo esa parte de la grada, la apóstata del manque pierda en aras de una exigencia que se ha convertido en intransigencia para estupor del bético que lo mantuvo vivo.

Afortunadamente, el efecto narcotizante no duró mucho y volvió la simbiosis que nunca debe faltar en Heliópolis, la de ir al frente de la mano equipo y afición. Cierto es que hogaño ha de ser el equipo quien dé el primer paso y en esta ocasión fue también de aquesta guisa, pero qué más da. Lo que importa es el fin y ese fin fue el que provocó el gran estruendo para que el Villamarín fuese nuevamente esa fiesta que estaba echándose en falta de un tiempo a esta parte.

...y Canales. Desde ya hay que considerar al cántabro como el gran acierto del verano verdiblanco. Está jugando como jamás jugó tras salir del Racing y el domingo supo echarse el equipo a sus espaldas para llevarlo a buen puerto. Con Lo Celso forma un tándem fructífero para un Betis que va superando la cuesta de enero con buena nota. Tan buena que el estruendo por el gol de Canales en el descuento sonó a gloria y también a liberación de algún mal rollo que otro. En fin...